La iglesia de La Purísima y la Schola Cantorum

El miércoles pasado el recién llegado pudo también disfrutar de otra tarde muy gratificante que esta contradictoria Salamanca le ofreció generosamente. Fue un sublime concierto que la Schola Cantorum del Colegio The London Oratory dio en la Iglesia de la Purísima. Le conmovió tanto el concierto en sí, como el lugar, esa iglesia que está conectada emocionalmente con su infancia más remota.

La audición de ese magistral coro de niños, que interpretó un riquísimo programa del Renacimiento europeo, estuvo potenciada, para el que ha vuelto, por un conjunto de sensaciones complejas y dispares: el disfrute estético de las obras pictóricas, escultóricas y arquitectónicas del bello recinto, más el goce de audición de esas voces infantiles y juveniles tan perfectas, más los sentimientos conectados a recuerdos lejanos de una infancia salmantina en torno a la majestuosa parroquia. Todas esas vivencias, presentes y activadas por los recuerdos, hicieron saborear, desde el primero al último minuto, todos los platos de exquisiteces ofrecidos, (se repetía a sí mismo), gratuitamente. Como todo lo grande, también esa experiencia no tuvo precio.

Sería imposible comparar y decidir el orden de belleza de estos "suculentos" platos: el Exultate Deo y la Missa brevis de G. P. de Palestrina, o el Missa Vidi Speciosam de Tomás Luis de Victoria, o el Ego sum panis vivus de Esquivel, o el Ave verum corpus de Willian Byrd, o el Versa est in luctum de Alonso Lobo. Pues cada uno es un diamante para los amantes de la música coral.

También tuvo la ocasión de vivenciar algo poco frecuente: la emoción colectiva de todo un grupo concentrado en el goce estético y espiritual, con un silencio casi sagrado de los asistentes que llenaban la iglesia. Solo unos pocos no pudieron resistir la fuerza de esa música pura, y se dedicaron a grabar con sus móviles lo que no podían atrapar con sus oídos o con su alma. Pero tan pocos, que apenas fue un murmullo en la sinfonía de voces.

Y presidiendo toda la ceremonia ese manto azul de la Inmaculada de Rivera, esas cuatro esculturas napolitanas del retablo, esos colores variados del mármol de las columnas, que unifican el conjunto del retablo.

Durante la infancia del que ha regresado, durante los años cincuenta, la pobreza en España era demasiado grande para invitar a músicos tan excelsos; pero ya teníamos esas otras bellezas, delante de nosotros, demasiado niños para poder gozarlas.

Como dice el vecino "el cielo o la felicidad son esos pocos momentos de la vida en los que tocas lo Inmenso". No los dejes pasar.

Gracias Schola Cantorum. Gracias pintores, escultores, arquitectos de La Purísima.