El martes pasado al terminar la clase tuve una curiosa conversación con un alumno. Estuvimos hablando del cambio político que se avecinaba y las posibilidades que se abren para un nuevo proceso constituyente. Después de comprobar la capacidad movilizadora de Podemos y el protagonismo simbólico que está teniendo la bandera republicana en los nuevos procesos de agitación política, se mostraba convencido de que el próximo año se romperá el régimen que arrancó con la Constitución de 1978.
Tampoco vale la antigua retórica electoral en la que se fiaba todo al crecimiento económico. Mientras no haya propuestas de reforma atractiva, integral y radical, las nuevas generaciones se mostrarán atraídas por la retórica rupturista. Y no estarán solos porque los apocalípticos desencantados con el reformismo de la primera transición se subirán al carro de la ruptura. Cuando le dije a mi alumno que el desafío rupturista me parecía menos atractivo que el reformista de una segunda transición me volvió a preguntar: "¿Por qué nadie nos adiestró en el valor de la primera?"
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