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Opinador
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Entre Puentes

Opinador

Actualizado 18/02/2015
Juanjo Mena

"El hecho de opinar en una u otra empresa mediática. Te ahorras un montón de argumentaciones, estilismos, retoricas filosóficas, informaciones e ingeniosidades"

El problema de escribir artículos de opinión es precisamente opinar. Uno comienza adentrándose con cierta precaución en caminos desconocidos y si baja la guardia acaba sentando cátedra, ejerciendo de censor, apropiándose del agua bendita del párroco de la capilla, y de la vara de castigo del picador. Arranca uno con moderación del que se sabe incapaz de dictar ley, pero nada le impide terminar queriendo imponer, el nudo de la corbata para la temporada, la forma y manera de hacer la zanja, o dictando las nuevas fórmulas del fuera de juego futbolístico. Se empieza por mostrar estupefacción ante la realidad y se acaba por juzgarla, reescribirla, y manipularla y, al final se corre el peligro de convertirse en opinoadicto dando vueltas enloquecido en el opinodromo, hasta que ya carece de importancia de lo que se opina, porque lo importante es la opinión en sí misma.

El modesto "vicio" de opinar tiene difícil cura. Opinas de los de arriba, de los de abajo, de los derechas, de los de izquierdas, de los del medio, de los que llegan, de los que se van, de lo que sabes y de lo que no. Hay gente que opina a diario, otros un día a la semana, en cualquier caso parece un exceso poco digerible, pero uno también saca sus conclusiones, aprende de las mismas, conoce al opinante, y si rasca uno un poco descubre también cuáles son sus bases y sus fundamentos a mayores de sus inclinaciones, políticas, sociales y hasta su vida y milagros, pueden si ustedes quieren hacer este sano o insano ejercicio de leerse cada día este periódico, servidor lo hace, no hay esfuerzo ninguno en ello y les confieso que me he "enviciado". Y comienzo a preguntarme, ¿Cuántas opiniones seriamos capaces de tener sobre los asuntos que dominamos?. Y lo más sublime, es que el consumidor de opiniones, se levanta por la mañana y hasta que se acuesta incluso, acostado mismo no deja de oír opiniones distintas, encontradas y consecutivas, opiniones que en no pocas ocasiones lo abruman, lo castran, lo nublan y lo pueden condenar y sumir en la opinofobia, esa repelencia ante el empeño de los demás por decirle a uno lo que está bien o mal. Y eso que no tenga otras aficiones, y, entonces también opinen sobre lo que ha de venir, y aún no ha llegado.

Luego, como en todas las opiniones, las hay de bar, y de las que sientan cátedra, ambas pueden expresarse con idéntica ínfula, ambas pueden tener el mismo grado de estupidez, ya sabemos que la opinión está condicionada por el tiempo y el espacio, no se opina lo mismo de la obra que se desarrolla en la ciudad, o del equipo que debió sacar el entrenador. El grado de conocimiento de la causa no es eximente. Aquellos que creen que, una opinión es más inteligente porque le dura toda la vida también están equivocados; aquellos que creen que, porque rectificaron su opinión ahora aciertan, también yerran. Los que consideran la edad un privilegio para opinar o el conocimiento práctico extravían el camino, y quizá toda opinión sea un proyecto de error tener una opinión, una exigencia demasiado agobiante para los que nos consideramos pobres mortales. Eso si, no hay más que asomarse a la pantalla televisiva para estar delante de las "superpersonas" que tienen como no, "superopiniones" y no es nada difícil. Opinan sobre cualquier evento o cualquier conflicto, diagnostican con la rapidez de un genio en horas extraordinarias, defienden con la velocidad de un fórmula 1, así te endilgan su opinión para que la tragues seis veces al día, tres antes de las comidas y tres después de las comidas. Perdonen pero ya lo dije al principio, te dejan una página, un resquicio y un día para opinar y te cuelas pegando tu opinión convertido en un "opinologo" de vieja generación. Y te da por comprobar, lo que pasa en la Iglesia, que los que pueden se abren cuentas bancarias lejos de los bancos, compruebas que los ladrones dictan y persiguen a las honrados amparados por la ley, y cuando todos aquellos llenos de pecado han lanzado hasta la última piedra, y cuando los ignorantes se ríen de los sabios, la verdad es que se le quitan a uno las ganas de opinar, más valdría pararnos a observar en silencio y atisbar la realidad, con el fin de que no te opinen encima.-Vamos, digo yo.-

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