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Exilio
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Exilio

Actualizado 18/02/2015
Fernando Segovia

Me exilio en Portugal. Es cercano, cómodo el viaje, la vida más barata, el idioma entendible con algo de esfuerzo, las gentes amables, aún deben cantar los fados de mi niñez que tanto me gustaban, tiene mar abierto (lo que aumenta la posibilidad de irse más lejos si fuese necesario), y buen camino de vuelta por si las cosas cambiasen con el tiempo. Buen lugar para sobrevivir, otear el panorama y analizar situaciones. Todo por un si acaso.

No es miedo a que vengan unos u otros y esto pueda cambiar demasiado (o no cambie nada, que no sé qué pueda ser peor). Ni hablar. Pocos cambios pueden darme miedo ya. Tampoco a los avances del yihaidismo intransigente. No es eso. Es miedo a lo que ya está aquí instaurado. Es deseo de regeneración personal.

Aborrecimiento. Desapego. Creencia de que algo va mal, o que todo va mal. Deseo de reencarnarse antes de tiempo. Ser Pessoa, si alguien no se lo ha pedido ya, eternamente sentado en la terraza de la Brasileira.

Alejarme de este panorama turbio. Que atufa. Harto de las discusiones sin sentido. De las voces altisonantes y vacías en casi todos los foros. De tanto ruido. De futuros con apariencia de cerrados horizontes. De tanta mediocridad manifiesta. De escuchar siempre las mismas voces, y siempre diciendo machaconamente lo mismo. De vivir con la soga permanentemente al cuello. De examinarte por más que dudosos comités de pretendidos expertos a cada día, cada mes, cada año como si fueras nuevo en todo. De haberme convertido en número rojo o azul que suma o resta según la voluntad de quien.

Quiero ser algo más que todo eso y me marcho. Ya no espero a que vengan a fusilarme con palabrería. Me exilio antes que lleguen. Oigo sus voces y me asustan más que sus armas. A fin de cuentas las palabras acaban hiriendo más porque son más duraderas y van directas al espíritu. Duelen. Te matan lentamente. Sin embargo, la bala, si es certera, te mata de una sola vez y encima te convierte en mártir. O al menos eso dicen por ahí.

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