Al árbol de esta semana no le hace falta presentación, pues es de todos conocido. Sin su existencia se hace impensable el prototipo de bosque mediterráneo. Ejemplifica a la perfección la adaptación de una especie al clima propio de nuestras latitudes, pues sus hojas son capaces de aguantar el calor y la falta de precipitaciones durante el verano y el frío intenso en el invierno. Para ello, ha evolucionado hasta unas hojas pequeñas y esclerófilas, ricas en lignina, que minimizan la evaporación del agua. Además, al contrario que la mayoría de los perennifolios, sus hojas se sitúan oblicuamente a la dirección de la luz, para recibir menos radiación solar, hecho que, a su vez, motiva que el momento de mayor actividad fotosintética tenga lugar a primeras horas de la mañana y últimas de la tarde.
Nuestro árbol tiene por nombre científico, Quercus ilex, y, como curiosidad, saber que tanto latinajo está implícito en su nombre vulgar, pues Encina proviene del latín ilicina. Si bien hay varias subespecies en la Península Ibérica, Q. ilex sp. ilex y Q. ilex sp. rotundifolia, o ballota, su diferenciación no termina de ser excesivamente clara, pues no es nada raro encontrar ejemplares con características de ambas subespecies. Rafael Moro, autor de la "Guía de los Árboles de España", y otros títulos dedicados al mundo arbóreo, considera que la Encina debería ser propuesta como árbol nacional de España, como el arce es el de Canadá, o el cedro de Líbano.
Aristocrática árbol donde los haya, bajo una Encina fue criado de niño Zeus, motivo por el que sus estatuas eran coronadas con sus ramas. En la tradición griega, la encina daba respuesta a los divinos oráculos y, por ello, era llamada "la locuaz". Los druidas deltas las plantaban como guardianas sagradas, y los matrimonios eran celebrados bajo encinas aisladas, que también marcaban determinados límites. Para ellos, la bellota simbolizaba el huevo cósmico, el germen de toda manifestación de vida. El eje del cosmos era representado como una encina, siendo sagrado para la Madre Tierra.
Según algunos autores, la palabra druida procede de la unión de deru, encina y wid, saber o conocimiento, que podría traducirse por "los que conocen las encinas". En la mitología celta, se relaciona con varios dioses, aunque su máximo representante es Dagda, que abría el umbral entre el mundo superior y el inferior a golpes de su hacha de madera de encina. Era en torno a una encina donde se celebraban los ritos o debatían asuntos importantes de la tribu. Se consideraba un símbolo de la fuerza, la solidez y la longevidad, y era la morada de "les llavanderes" asturianas, espíritus que lavaban en los ríos y fuentes que colaboraban en la extinción de los incendios con el batir de sus palas.
Las bellotas, dulces en el caso de Q. rotundifolia, han sido utilizadas históricamente para la alimentación, tanto animal como humana, con un contenido muy elevado de almidón y azúcares, siendo rica en fibra y taninos. Los turcos fabrican con ella un licor llamado palamond, tostándolas tras haberlas enterrado durante un periodo de tiempo y mezclándolas con azúcar y aromas especiales.
La encina, además, es el árbol que mayor proporción de taninos presentan entre todas las plantas que se utilizan para el curtido de pieles. La picadura de ciertos insectos, de los géneros Gynips o Diplolepsis, provoca la formación de las conocidas agallas, que no dejan de ser una respuesta fisiológica de la encina frente a la "agresión". Las agallas son muy ricas en ácidos tánico y gálico, usados para el curtido, los tintes para tejidos o la tinta de escritura. De siempre fue utilizada en la medicina popular: las propiedades astringentes de sus taninos y ácidos son sobradamente conocidos; la corteza, en lavativas, es un poderoso antídoto contra el opio o el beleño, además de minimizar la acción del cobre, el plomo o el antimonio. Para combatir el dolor de muelas, nada como prepararse una infusión, en vino y miel, de unas hojas de encina. En Alemania, existe la costumbre de tostar bellotas con la que preparan un excelente café, que sirve como fortificante para momentos de debilidad.
En Salamanca, como en casi toda la Península, estamos rodeados de encinas, aunque hay algunos ejemplares que tienen su figura de protección, y que podemos acercarnos a conocer: las Encinas de El Gardón, en Castillejo de Dos Casas; en Galindo y Perahuy se encuentra la llamada Encina del Marqués; la de Los Arévalos se localiza en Tejeda y Segoyuela (nótese el nombre de Tejeda, que nos habla de la existencia histórica de una formación con tejos); de Zaratán, en Pino de Tormes y; por último, en Cerralbo, la Encina de Campilduero.
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