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Porque me duele en las entrañas…
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POR ARTURO MERAYO

Porque me duele en las entrañas…

Actualizado 13/02/2015
Arturo Merayo

La radio necesita un cambio hacia la creatividad y la innovación

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Yo amé la radio con delirio: me entregué a ella con alma, corazón y vida y con la pasión propia de la juventud. Pero eso fue hace mucho, casi una eternidad?

Hubo un tiempo, cuando trabajaba en los informativos de la Cadena SER, en el que con entusiasmo incondicional dediqué a la radio todas mis horas laborables y algunas más, que disfruté, por cierto, desde el convencimiento de que estábamos haciendo cosas que valían la pena.

Tal era mi gusto por la radio que cuando años después me incorporé a la Universidad Pontificia hice todo lo posible porque la radio tuviera mayor reconocimiento académico y un peso específico importante en los [Img #226074]planes de estudio. En una época en la que la radio apenas estaba presente en las Universidades, en la UPSA pusimos en marcha hasta cinco estudios, los dotamos de tecnología digital entonces de vanguardia, formamos un cuadro de profesores amplio y competente, diseñamos media docena de asignaturas radiofónicas específicas y así muchos estudiantes descubrieron y se entusiasmaron con la radio.

Luego, un ángel exterminador pasó por allí y el roto dejó heridas que aún hacen sangrar el alma de muchos. También a la radio española la debió de mirar un tuerto porque, poco a poco, las redacciones de informativos dejaron de investigar; algunas cadenas se convirtieron en altavoces de partido, escoradas sistemáticamente hacia una particular posición política; se concedieron más emisoras de las convenientes que, lejos de aumentar la libertad de expresión, distorsionaron el mercado hasta tirar las tarifas publicitarias por los suelos; las cadenas le quitaron tiempo a la programación local con la excusa de abaratar costes con lo que la radio perdió parte de ese esencial contacto con la comunidad local; las emisoras privadas sin excepción se mercantilizaron, sobrevino una precariedad laboral indecente y unos salarios en general injustos; la radio pública siguió dando tumbos, con muy poca cultura y nada de programación infantil, con una Radio Exterior de España que ponía en evidencia lo poco que importaba a los gobiernos la marca España y con unas radios autonómicas dedicadas a rendir pleitesía de vasallo al reyezuelo local, perdiendo dinero a espuertas y dando exactamente el mismo tipo de programas que la comercial; la radio musical, dócil a los intereses comerciales, olvidó de lo que significa la palabra variedad; surgió por primera vez en la historia una radio basura que pone a prueba el respeto que merecen los oyentes; mientras, la radio convencional permanece desde hace décadas dando el mismo tipo de producto y a las mismas horas con pocos intentos creativos e innovadores...

Por supuesto que hay aspectos positivos en la radio. Aunque yo ya no la ame apasionadamente, la sigo escuchando con atención pues me parece que es el medio más plural, más fresco y más participativo. Me acerco a ella, sí, casi a diario, pero con la prudencia de la madurez y con un puntito de desencanto. Quizá, precisamente porque la he querido mucho, porque me duele en las entrañas, mi visión no puede dejar de ser crítica. Por eso, cuando me han pedido que escribiera sobre el día de la radio, me han salido estas líneas un tanto amargas. No oculto que tengo en la cabeza la reciente automutilación de la Cadena SER que se ha quitado de encima de un plumazo a periodistas con larga trayectoria y buen hacer: Ana Guantes, Ana Borderas, María José Ajejas, Paloma Delgado, Eduardo Martín, Esther Redondo, Pilar Vicente, Ernesto Estévez? Así, que hoy no tengo yo el cuerpo para festejar el día de la radio.

Y sin embargo, aquí me tienen, escribiendo sobre ella, pensando en ella a regañadientes: incorregible.

Arturo Merayo

Profesor de la Universidad de Murcia

@arturocicero

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