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Carnavales, carnestolendas, antruejo
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Carnavales, carnestolendas, antruejo

Actualizado 13/02/2015
Eutimio Cuesta

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De tres maneras distintas, se nombran los tres días de asueto, que preceden al miércoles de ceniza. Tradición que viene de largo, con raíces paganas, que recoge Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, en "El libro del buen amor" (siglo XIV); nos lo cuenta en un pasaje que él titula "La batalla de don Carnal y doña Cuaresma". Este enfrentamiento se repetía cada año, cada siglo; hasta que llegó la modernidad, que ha conseguido que ambos (don Carnal y doña Cuaresma) se sienten en una mesa, hablen, se entiendan, enmienden errores pasados, se estrechen y fumen, por siempre jamás, la pipa de la concordia. Ambas partes han reconocido que la fiesta y la penitencia, el amor profano y el amor divino y el disfrute y la mortificación son compatibles, pero dentro de los límites de la cordura, del respeto mutuo, de la moderación y de la buena conducta. Con este compromiso, firmaron la paz, y, hoy, conviven y viven tanto la costumbre de uno, como la tradición ritual de la otra, manteniendo, como debe ser, los dictados de la raigambre. Con esta premisa, ya no tiene que ayunar cuarenta días y cuarenta noches la dulzaina de Pachulo, recluida en el desierto de su funda durante los domingos de Cuaresma; ni es necesario comprar la bula de la Santa Cruzada para poder privarse de la abstinencia; ni existe la obligación general de asistir a la catequesis y al sermón todos los domingos; ni hay que registrarse, como precepto, el haber cumplido con Pascua; ahora todos lo cumplen libremente, quizá con más convicción, pues ya no existe la imposición. Ahora la alegría y la penitencia se hermanan, siguen con la misma complicidad, con la misma sinceridad, porque no tienen por qué enfrentarse el mundo profano con el mundo espiritual, cuando los dos son componentes de la persona: "cuerpo y alma" Lo dice el Evangelio: "Al César lo que es del César; y a Dios lo que es de Dios".

Y con este prólogo, que huele a Metafísica, me cuentan que los carnavales de este año van a ser muy animados, a pesar de que el tiempo se disfrace de "hombre - nieve", y nos insufle los aires gélidos, que aterizan; el sábado, se llenarán los bares y discoteca de pandas de aspirantes a mostrar cuál era su sueño frustrado, pues dicen los entendidos en estas cosas, que nos gusta revestirnos de aquello que anhelamos un día, pero que se quedó en eso: en puro deseo; por aquello, de que la circunstancia se cruzó en nuestro camino y nos desvía por otros derroteros; es el caso de quien se disfraza de monja o de cura o de militar o de miss..., porque, hubo un tiempo, en el que se sintió la voz de esa llamada, mas "el hombre propone, pero Dios dispone", y el destino nos guio por otras sendas. Los niños con sus padres celebrarán el tradicional desfile, bien ataviados de mil hatos multicolores, de diseño ingenioso y gracioso, a los compases de la dulzaina, y que finaliza con un agradecido chocolate calentito en el pabellón.

Y sucede que, todos los días, vivimos el carnaval, cada día nos disfrazamos o nos revisten de algo: de enfermo, de trabajador, de joven, de viejo, de triste, de alegre, de enamorado, de cazurro, de paseante, de autoridad, de truhán, de prepotente, de aburrido, de bueno, de maleante, de mentiroso, de religioso, de reivindicativo, de político, de sindicalista, de intolerante, de reconciliador... Paremos la lista de máscaras.

Ya lo dijo, muy acertadamente, Calderón en su "Gran teatro del mundo". Lo importante es que los actores y los espectadores podamos siempre disfrutar la paz de la sonrisa.

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