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Así claro que podemos
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Así claro que podemos

Actualizado 12/02/2015
Enrique de Santiago

Mi padre hubo de desplazarse de Córdoba a Salamanca como consecuencia de una determinada forma de hacer Universidad que, aún al momento presente, sigue vigente, en la que se reconforta a determinadas castas necias, pero engreídas por la púrpura de la Academia. Y, así, renunció a su plaza en la Facultad de Veterinaria para acudir a estas tierras charras a trabajar en el Laboratorio Coca y, posteriormente, sacar la plaza de investigador en el Centro Superior de Investigaciones Científicas.

Estamos hablando de una época en la que el dictador vivía y en la que mi padre se jugó la vida, y la de su familia, defendiendo los valores de la vida humana, frente a los Consejos de Guerra de Burgos, y de la democracia.

Siempre, desde pequeño, me moví entre investigadores y científicos de primer nivel y pude observar cómo esos investigadores quitaban tiempo y dinero a su familia, sin apoyo, con esfuerzo y empleando grandes dosis de ingenio y emprendimiento para obtener resultados comparables a nivel internacional con cualquier otro país.

Aún recuerdo cómo mi padre, con su imagen de científico loco, desaliñado y con su paquete de "Celtas", se reunía con Ministros, altos mandatarios y egregios científicos internacionales y nacionales, llegando a dirigir el Centro del CSIC en Salamanca.

Nada de esto sirve más que para enmarcar al sujeto y su trayectoria profesional, nada desdeñable, pero ni él, ni sus compañeros investigadores, por su trabajo, su dedicación, su profesionalidad y su valía, cobraron o dispusieron de cincuenta millones de pesetas en sus cuentas corrientes, ni los soñaron.

Sorprende e indigna observar cómo un mediocre profesor de universidad, sin una cualificación especial y con pocos años de ejercicio profesional, se le descubren cuentas en las que, por la bajo, superan los cien millones de pesetas (600.000 ?) y se engríe y cabrea por una casta política a la que emula profesionalmente y pretende alcanzar en la política.

Si esa casta universitaria, parasitaria, que se dedica a robar el pan de los pobres en Venezuela para competir con los ricos en España, en lugar de dedicarse a la investigación, a la ciencia y al cumplimiento de sus objetivos profesionales, es a la que pretendemos seguir, como borregos, en la política nacional, que al menos lo hagamos conscientes de su mentira, de su forma de robar y de que, al lado de ellos, sigue habiendo científicos honrados, trabajadores y tenaces investigadores que no sólo no nos roban, sino que sin esos pingües emolumentos, son capaces de sacar la ciencia adelante, a pesar de estas mofetas infectas que pululan por los claustros.

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