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Libéreme, Sr. Juez
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Libéreme, Sr. Juez

Actualizado 09/02/2015
Ferenando Segovia

Mis antiguos compañeros profesores de Religión me cuentan que están inquietos por su futuro. La asignatura de Religión peligra en la Enseñanza Pública y, con ella, sus puestos de trabajo. La Junta de Andalucía, o sea la Pesoe, le ha pegado un buen tijeretazo; el ministro Wert, o sea, el Pepé, por una parte le concede más validez académica, pero por otra le quita horas, jugando a dos barajas, y cuando se juega con dos barajas ya se sabe cuál es la preferida, la segunda. El Pepé tenía varias almas ?democristiana, liberal, conservadora, un punto caciquil-, pero tener varias almas es como tener varias esposas, que por mucho que esté reglamentado el harén, siempre hay una preferida y ya se sabe cuál no es la preferida en este partido, la que no da hijos; o hay hijos que son más feos, menos políticamente correctos y, entonces, se les deshereda o se les manda a jugar en la caseta del perro, lejos de la puerta principal.

Y todo eso el Pepé lo hace para lucir más y tener mejor ranking en las apuestas, sin darse cuenta de que puede ocurrirle lo que a la madre estúpida, que con ánimo de dejar limpia y moderna la casa, arrojó al jardín el agua sucia de bañar al niño y, con ella, al niño. El Pesoe, así, generalizando, nunca vio bien esto de la religión en la Escuela y aquello de la Iglesia en la vida pública, pero las soportó porque no le quedaban más gónadas legales, pero me temo que el panorama está cambiando: hay una herencia política endiablada que a unos les viene de la República, de antes de nuestra Guerra Incivil, a otros del franquismo y a los más nuevos, del bolivarianismo, o de más antes, del leninismo; las tres fuerzas que gobiernan las encuestas del CIS coinciden en algo: el estatalismo, el predominio del Estado, la desconfianza hacia la Sociedad Civil, que se mueve por valores prepolíticos, mucho más duraderos que una legislatura, de modo que la Sociedad Civil no es de fiar. Es así que la Iglesia es Sociedad Civil, luego la Iglesia tampoco es de fiar.

Las conclusiones prácticas están claras: no apoyo a la familia (¿algún estado democrático europeo la apoya menos que el español?), religión fuera de la Escuela, Iglesia a la sacristía y a la conciencia, Iglesia fuera del sistema educativo, nada de interferir en la vida social, económica y política. De momento, la Iglesia es todavía útil para abaratar la factura del sistema educativo ?mucho menos costoso para el Estado el concertado que el estatal, nótese que no digo público porque públicos somos todos- y para echar una mano a los pobres, que ya se sabe que Caritas y las oenegés son más baratas y más eficaces que los servicios sociales municipales, autonómicos o centrales, aun siendo estos importantes y necesarios. Pero como la macroeconomía ?de donde brota el manantial de los impuestos- está mejorando -a las personas concretas, mientras tanto, que les den-, llegará el momento en que a la Iglesia y a las oenegés se les dirá: gracias por su colaboración, pero ya no les necesitamos, vayan a ese museo tan bonito que acabamos de prepararles a las afueras de la ciudad.

¿Qué hacer y cómo hacerlo? Hacer valer el Estado de Derecho, mientras no lo desmantelen, que algunos prisa tienen, y defender los derechos ?de los profesores de religión, de los padres, de los creyentes, de los pobres, de los no nacidos, de los discapacitados, de los excluidos, de los que no se sienten representados en ninguna de las tres opciones mayoritarias- ante los tribunales, reclamar sin miedo, hacer que los estatalistas se retraten y queden con el culo al aire. Hasta ahora, cuando estas cuestiones relacionadas con los derechos fundamentales se han llevado ante los tribunales, estos nos han dado la razón en casi todas las ocasiones, de modo que hora es de perder el miedo a una falsa crispación y judicializar la libertad y la democracia, dado que los políticos no están muy por la labor de defenderlas y mucho menos de hacerlas prosperar. Probablemente se carguen los Acuerdos firmados entre el Reino de España y el Vaticano, pero ¿se atreverán también a denunciar y no cumplir los Acuerdos Internacionales firmados?

Alguno dirá que estoy pesimista, o como dice un buen amigo: "me joden los profetas", de modo que, si me dejan, me pondré en plan positivo y propositivo en algún próximo artículo; pero para que éste salga lucido hay que aplicar primero la máxima de "mejor una vez colorao que cien amarillo", o aquella proposición de Ortega y Gasset: "pensar es exagerar".

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