Las cosas por su nombre

Cuando de opinar se trata, se cae indefectiblemente en el goteo diario de los temas de actualidad. Es inevitable. Programas de radio y TV usan como reclamo de audiencias continuos debates que, bajo la inocente intención de descubrir verdades, en no pocas ocasiones, esconden artimañas para resaltar como más acertada la "verdad particular", atacando la del contertulio adversario con razonamiento rayanos, no pocas veces, en pura mentira.

Al sufrido ciudadano de a pie, a ese que no vive de la política, se le pide en democracia que haga pública su opinión depositando un voto en la urna cuando el sistema se lo requiera. Hasta que llega ese momento, debe alimentar su criterio escuchando a los profesionales de la política; pero él se fija, sobre todo, en lo que hacen, más que en lo que dicen. El hecho de que nuestra democracia no tenga la solera que atesora la de otras naciones de nuestro entorno, suele utilizarse como atenuante de los deslices de nuestra clase política. Personalmente, creo que ahí radica nuestro gran error. Tal vez, lo que más nos diferencia de ellos es la "vergüenza política" de los partidos que, a la hora de llegar a pactos provechosos para la nación, tienen más en cuenta el posible reproche de sus votantes ante "la foto" con el rival, que los beneficios que pudieran derivarse para todos los ciudadanos. Precisamente en esos países de democracias consolidadas lo normal es la alternancia en el poder entre los partidos con mayor representación. Cuando de defender los intereses nacionales se trata, no vacilan ni un segundo a la hora de suscribir el pacto. La consecuencia directa de esta conducta es la estima de los votantes respectivos; más que nada, por tener la seguridad de que, cuando se produzca el cambio de color en el gobierno, cambian las caras pero no el respeto a lo pactado.

Aquí, por desgracia, no sucede lo mismo. El partido de la oposición, ante el grave problema del terrorismo yihadista, accede a firmar el pacto, pero? Siempre hay un pero. Un pacto de estado que significa un compromiso para combatir legalmente esa amenaza que se cierne sobre Occidente ?por cierto, un Occidente que comienza en nuestra casa- se merece una respuesta más decidida e inmediata. Como decía antes, al simple votante le parece estar escuchando: "Mira, Mariano, para que no sigas dándome la vara, voy a firmar este pacto ante la prensa, pero no vuelvas a pedirme nada más porque hasta los míos ya me lo están echando en cara, y he tenido que asegurarles que lo cambiaremos al llegar al poder, que no queremos perder más votos y que me estoy jugando mi sillón". Esto es hacer política de cortas miras, anteponiendo lo personal a lo colectivo. Y sería muy triste llegar a la conclusión de que el PSOE ha firmado el pacto espoleado, no tanto por los últimos atentados ? que son unos más de los ya consumados y de los que vendrán más adelante-, sino, más bien, acuciado por el aliento en la nuca de las encuestas que amenazan su actual influencia.

La razón para firmar el pacto de estado contra el terrorismo es lo suficientemente justificada como para no usar el papel de fumar; y ese mismo votante sigue pensando que, con toda seguridad, hay más ámbitos susceptibles de desembocar en pactos que sirvan para acrecentar el prestigio de los firmantes y, a la vez, ahuyentar los sueños de movimientos secesionistas o populistas que pretendan deslumbrara gentes no avisadas.