Es curioso que cuando se tiene mala conciencia sobre algo, el ser humano tiende a enmascarar los hechos con barnices verbales. Uno de esos casos, muy de actualidad, es el denominar como "interrupción voluntaria del embarazo" el brutal hecho de acabar con la vida de un inocente ser humano en desarrollo. De quitarlo de en medio sin más. Porque esa "interrupción" no se produce por un espacio de tiempo determinado, como cuando se desactiva un interruptor de luz para activarlo de nuevo en un momento dado. De lo que realmente se trata es de que esa vida humana acaba bruscamente con la muerte. Sin solución, sin remedio.
Recuerdo un dibujo de Summers en el que un etarra enmascarado y armado entra en un quirófano donde un médico está ejecutando un aborto. "Hola colega" le dice al doctor. "De colega nada, yo no mato; interrumpo la vida". Contesta el médico?Sin comentario.
Hay una frase talismán muy empleada por la progresía femenina al referirse a este tema, que me llena de estupor: "Yo, con mi cuerpo, hago lo que quiero". Y se quedan tan anchas. No haría falta recordarles
?por obvio- que el ser humano en desarrollo que llevan en su vientre NO ES ni su cuerpo ni parte de él. ESTÁ en su cuerpo pero es distinto de él. Son dos individuos diferentes. Si ese pequeño ser humano, por ser débil, molesto, o inoportuno puede eliminarse, se estaría justificando y dando por bueno el acabar con cualquiera que pueda ser una molestia para nosotros: un enemigo político, un enfermo crónico, un discapacitado? Es lo que hizo Herr Adolf ?de modo legal, por supuesto- contrariado e irritado por la molestia que suponían los judíos, peligro para la pureza de la raza aria, cuando determinó con la eufemística "solución final" acabar sin más con ellos. Unos seis millones de seres humanos.
Con motivo de la próxima ley del aborto, la tormenta política no ha hecho mas que empezar. De momento, el ínclito químico cántabro ya se ha dedicado a rebautizar ?él tan laico- a aquellos que no comparten su pensamiento, a los que no podemos moralmente estar de acuerdo con el aborto. Ya nos ha encasillado con el cartel de ultraderechistas. Con un par, el caballero. Además, por si fuera poco, ha soltado otra de las perlas que de cuando en vez expulsa su científica boca. Afirma, sin pudor alguno, que los que no defienden el aborto, se arrodillan delante de los obispos y poco menos que les besan la puntera de los zapatos. No puedo evitar, al recordar las intervenciones del cántabro en el foro de turno, que me venga a la memoria -traiciones del subconsciente- un aguafuerte de Goya de la serie "Los caprichos", el grabado número 53 que el propio artista titula con cierta sorna "Qué pico de oro!" ¿Por qué será?
Y todo en nombre de la palabra mágica: el PROGRESO, con mayúsculas. Y es que no se les cae de la boca a socialistas y compañeros de viaje. Me hace gracia cómo se apoderan de las palabras y con arteros significados las tergiversan, revistiéndose pontificalmente de una autoridad que nadie les ha dado. Recuerdo ?otra traición del subconsciente- el cuadro de Jacques-Louis David en el que Napoleón se autocorona emperador por obra y gracia de su propia soberbia. Para los que están convencidos de ser los depositarios del progreso y todas sus virtudes, los demás somos la "caverna", la "derechona" y más lindeces que no me atrevo a reproducir. A este respecto repito lo que alguien decía: "¿Progreso? ¡A otro perro con ese hueso!".