A nuestro amigo el galgo

Dicen que en los campos de la meseta sobresalen dos siluetas, la del galguero y su galgo, compañeros de mañanas blancas y atardeceres púrpuras en los que a veces asoma la esperanza, porque el uno sin el otro nunca fueron nada.

Ambos se cruzan la mirada sabiendo que están en medio del ocaso, que si les quitan el campo serán otra cosa, pero nunca galguero y galgo. Entonces retozarán tranquilas las liebres, pero echarán de menos el quiebro sobre el bardo, tanto como el galgo el corte del viento alegrando sus ojos, tanto como el galguero viendo correr a su galgo.

Sus miradas se tornaron melancólicas hace tiempo, cuando escucharon que algunos les quieren arrebatar su amistad, poner fin a su compañía por entre los surcos de la besana que corrieron juntos, a los recuerdos del lindón que se interpuso en la carrera de aquella dura rabona. Ninguno sabe quién sufrirá más de los dos.

Ahora que llegan los días de sosiego en los sembrados, la amistad perdura, los recuerdos afloran y, se miran, se preguntan cuándo llegará la hora, el momento de volver a sentirse libres, de ser de nuevo galguero y galgo, porque saben que el uno sin el otro serían como la noche sin día, como un río sin agua, como una flor sin la mañana.

No hay galguero que se precie que no ame a su galgo, porque sabe que sin él será otra cosa, pero nunca cazador y ni mucho menos galguero; y no hay galgo más feliz que aquel que siente la trailla en el campo, a la espera de que la liebre salte de su encame junto a la raya, ?y si se va, que se vaya.

El galguero de verdad no abandona a sus galgos o se deshace de ellos cuando han perdido su agilidad, los cuida hasta el final de sus días, porque hacer algo distinto no es de galgueros, más bien de hombres sin humanidad. Y eso lo saben los buenos galgueros, los que lo son de verdad.

REP. GRÁFICO: MANU HIERRO