El pasado viernes 23 de enero se cumplían veinte años del asesinato de Gregorio Ordóñez por parte de la banda terrorista ETA. San Sebastián aún vivía la resaca de las fiestas de su patrón y a la hora de tomar pinchos en el bar La Cepa del casco antiguo, un pistolero se acercó a la mesa y le disparó un tiro en la nuca.
Hoy deberíamos preguntarnos si la memoria de Gregorio Ordoñez sigue viva en algún sitio más que las cuentas de Twitter y las flores que sus compañeros le han depositado en el cementerio de Polloe. Además de traer a la memoria las víctimas del terrorismo, la figura de Gregorio Ordoñez representa una apasionada forma de hacer política, una ejemplar fórmula de liderazgo político y, sobre todo, un testimonio del que deberían dar buena cuenta todos los manuales de alfabetización política del futuro. Algunos piensan que si los populares quieren recuperar la dignidad que tuvieron en otros tiempos no tendrán más remedio que recuperar su recuerdo y las personas que lo siguen manteniendo vivo. Otros piensan que ya es demasiado tarde.
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