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Funcionarios de lo nuestro, de lo público
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Funcionarios de lo nuestro, de lo público

Actualizado 24/01/2015
Rafael Muñoz

Me van a permitir que esta semana me vaya por otros derroteros que, en principio, pudiera parecer que nada tienen que ver con mis reflexiones anteriores. Pero recuerden que lo que nos hemos propuesto en este rincón es hablar de lectura, de preguntas y respuestas. Y lo que paso a relatarles, creo que tiene más de una.

La mañana de un domingo cualquiera, saliendo a pasear, uno puede encontrarse con una de esas carreras pedestres que ahora tanto abundan en nuestra capital como en municipios de la provincia y que movilizan a niños, mayores, hombres y mujeres.

Nada que objetar, todo lo contrario. Correr, como andar, es una actividad muy saludable y necesaria. Y si además sumamos que pueda hacerse en un entorno campestre, como es el caso que contamos, mucho mejor.

Ya sabemos que quien mueve los pies mueve el corazón, pero lo que quería recordarles ahora es que también irriga el cerebro, lo que hace que se ponga a pleno funcionamiento.

Bueno, eso pensaba hasta presenciar como una persona de la organización del cross campestre que acaba de finalizar donde yo me encontraba, estaba arrancando las cintas de plástico que habían marcado el itinerario, pero sin quitar las que abrazaban el perímetro de los árboles que había en el trayecto. Y no contento con ello, depositaba todo ese material en un contenedor de basura inadecuado para este tipo de residuos.

Podríamos pensar que fuera un caso extraordinario, fruto de las prisas o la desidia de la persona en cuestión; pudiera ser, pero ocurre que todavía se pueden encontrar restos de estas cintas, procedentes de carreras anteriores.

Me temo que este es un mal endémico de nuestro país, donde seguimos pensando que los espacios públicos, por ser de todos, paradójicamente concluimos que no son de nadie, y los encontramos a menudo en un estado deplorable. Mientras que los privados, nuestras casas sin ir más lejos, se asemejan a altares impolutos.

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Presenciamos, espero que no con demasiada frecuencia, como algún vecino o nosotros mismos, limpiamos la entrada de nuestra casa, pero si dos metros más allá hubiera una bolsa de pipas o una colilla, ya no sería asunto nuestro.

Recuerdo la anécdota vivida en un bar de la ciudad, donde dos ciudadanos mejicanos preguntaron sorprendidos al camarero, al contemplar un mar de servilletas arrugadas y huesos de aceituna esparcidos por el suelo, si aquello era fruto de alguna tradición o rito. Tanto el camarero como yo nos miramos sin poder dar crédito a lo que escuchábamos, y les aseguro que los ciudadanos, insisto, mejicanos, que no norteños europeos, no lo decían con ironía, sino con interés por conocer qué se escondía detrás de todo aquello que veían sus ojos.

Quizá la historia resulte demasiado exótica, pero presenciar, como nos ha ocurrido a muchos, que a la hora de dar un pase de escoba en el bar, por mor de la efectividad, los camareros tiren los restos de servilletas, palillos, cáscaras varias al suelo, para barrer más fácilmente. O contemplar como el padre (sustituyan por abuela o tío carnal, etc.) inquiere al niño para que tire al suelo el plástico del bollycao porque mancha, es un hecho demasiado habitual.

El anecdotario podría ser amplio, pero el motivo de este artículo no es recoger una amplia panorámica al respecto, sino intentar preguntarse por qué nuestro país, tan envidiable en tantas cosas, sigue contando con una nada desdeñable presencia de suciedad en las calles como ejemplo paradigmático de otros "abandonos".

Es evidente que no es un problema exclusivamente nuestro, y que naturalmente tiene que ver con una falta educación y civismo, y puede que algunas cosas más, pero otro un ángulo de análisis que quizá pocas veces nos planteamos y que, creo, que se relaciona con la escasa o nula interiorización de lo público.

Cuando se habla de lo público solemos pensar fundamentalmente en la sanidad, la educación, la cultura?, y lo hacemos, como es lógico, desde las estructuras que lo organizan y lo mantienen, que se concretan, de forma más cercana e importante, en sus funcionarios. También ocurre cuando intentamos establecer su descripción en una curiosa y digna de estudio relación/oposición con lo privado, como ejes opuestos y antitéticos.

Pero, pocas veces, pensamos en lo privado, en lo particular y personal de cada individuo como parte sustancial de lo público o perteneciente o relativo a todo el pueblo.

Si alguna vez han frecuentado el Diccionario de la Real Academia para consultar estos vocablos, seguro que les resultará familiar la construcción de la frase precedente: contiene dos acepciones referidas a la definición de estas importantes voces.

Según lo expuesto, lo particular o privado está inmerso y pertenece a lo público, a lo de todos y cada uno de nosotros, y así debería ser. Entonces, por qué este abandono, esta falta de interés por lo que es de cada uno, o lo que es lo mismo, de todos nosotros.

Al intentar desligar completamente la actividad pública de la privada en algunos, por no decir en muchos órdenes de nuestra vida cotidiana, hemos terminado por aceptar que la primera es responsabilidad del funcionariado, y al igual que en todo lo referido a la actuación ciudadana, delegamos.

Y si me permiten volver a la anécdota que iniciaba este artículo, visto de este modo, podríamos decir que retirar las cintas de plástico de los árboles sería asunto "exclusivo" de los jardineros, como reciclar convenientemente la basura "sólo" es responsabilidad de los empleados encargados de la recogida de estos residuos.

De este modo, el espacio público se convierte, siempre, en el asunto de los otros. Este es el mal que nos asola.

Pero no hablamos de culpabilizar al ciudadano, si no hemos asumido por el momento la necesidad de nuestra implicación en lo público es, sencilla y llanamente, porque no ha interesado que así fuera. Había que mantenerlo fuera de las responsabilidades cotidianas, debía funcionar "por sí mismo", hasta hacernos pensar inocentemente que la leche viene del tetra brik y no de la secreción mamaria de las vacas

Si no fuera así, cómo se explica el desmantelamiento al que estamos siendo conducidos y al que asistimos, todo hay que decirlo, con una mirada estupefacta que parece aceptar resignada una merma escalofriante en la falta de unos servicios, sanitarios, educativos, sociales y culturales. Pareciera que esperamos que, de una vez por todas, ellos, y sólo ellos, se hagan cargo de solucionar está caída en picado.

Pero es ahora y no mucho más tarde, cuando nos toca asumir la necesidad e importancia de lo público haciéndolo nuestro.

Creo que haya llegado la hora de convertirnos en funcionarios de lo nuestro, de lo público, ¿no les parece?

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