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Músicas
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Músicas

Actualizado 20/01/2015
José Javier Muñoz

Entre mis múltiples y polifacéticas carencias, una de las que más lamento es la falta de educación musical. Salvador Pániker decía que no era ateo porque existe la música. No llego a tanto, pero como me emociono hasta las lágrimas con algunas composiciones y melodías determinadas, sé que el no haber tenido desde niño acicates ni maestros que me motivaran, me impide disfrutar más de tan extraordinario placer.

He asistido a una sola representación de ópera y me marché al terminar el primer acto. La encontraba ampulosa y demasiado enfática; probablemente por desconocimiento, puesto que sé de personas inteligentes y preparadas que la disfrutan con verdadero arrobo. Este país nuestro se caracteriza por minusvalorar lo que no rinde beneficios económicos, y las Bellas Artes sólo son negocio para un puñado de privilegiados, así que apenas se toman en consideración en los planes educativos. En una emisora local de radio, no recuerdo si riojana o navarra, un locutor dijo algo así como mientras llegan las señales horarias, les ofrecemos unas chorradicas de Beethoven.

Óperas y sinfonías aparte, me siento incapaz de aguantar un concierto de las bandas de rock duro, pero esto se debe a que no soporto el ruido. Me recuerdan el chiste del local de baile donde la música era tan mala que cuando, durante una pausa silenciosa, se le cayó a un camarero la bandeja llena de platos, vasos y cucharillas, el estrépito hizo que algunas parejas salieran a la pista a bailar.

Además, no tengo oído musical. Me parece magia lo que hacen los aficionados que aparecen en los programas de televisión cantando de maravilla. En cambio sí tengo sentido del ritmo. De hecho fui el batería del grupo (entonces decíamos conjunto) Los Dragones. No lo busquen; aquello quedó en una osada aventurilla de juventud, patética emulación de Los Bravos, Los Brincos, Los Pekenikes y otras buenas bandas de la época, que se saldó con unas pocas actuaciones públicas e interpretación radiofónica en directo. Los otros componentes del grupo eran Pedro Larrucea, Rodolfo Di Pietro, Antón Iráculis y Fernando García Eguía.

Las últimas generaciones vienen al mundo con el pinganillo puesto. Al margen de las consecuencias de ese hábito para la salud, sobre todo para quienes abusan del volumen del sonido, se están forjando una atmósfera sensorial tan inauténtica como la que ya padecen buena parte de los jóvenes como consecuencia de la contaminación sígnica e icónica de las pantallas virtuales y digitales.

He escrito en alguna ocasión que una de las conquistas del siglo veintiuno será el silencio. El día que se le conceda la importancia que merece, se podrá disfrutar de algo tan valioso como la buena música: el sonido de la Naturaleza.

Música, maestros. Y, siempre que sea posible... también silencio.

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