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Cómo escuchar música
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Cómo escuchar música

Actualizado 20/01/2015

Apuntes 1ª parte.

Hablar de un arte tan complejo, universal y etéreo como la música es siempre un peligro y un compromiso. Se ha hablado y escrito tanto sobre ella, está tan bien relacionada con la filosofía, la religión, la pedagogía, la física, la medicina, etc., que parece está ya dicho todo sobre ella. A los compositores nos puede parecer que ya se han escrito las obras musicales más sublimes y es imposible componer nada nuevo y original.

La música nos rodea por todas partes. Hay m. para antes de nacer, para dormir, trabajar, estudiar, en el deporte, en el trabajo, en el supermercado. La llevamos con nosotros a todas partes. La tenemos hasta después de la muerte. (Marchas fúnebres).

Entonces ¿por qué es necesario aprender a escuchar música? ¿Desde cuándo hay dificultades para escuchar m.? La m. es para gozar de ella. ¿Por qué perder tiempo en hablar de este tema?

La respuesta es sencilla. No es lo mismo oír m. que escucharla. Esta es una capacidad que se adquiere por medio de experiencia y aprendizaje. El conocimiento intensifica el goce de la m. Pero ¿de qué m. estamos hablando? Tenemos que ponernos unos límites. Hablaremos de la m. que llamamos occidental y dentro de ésta, de la m. culta, es decir, aquella que está elaborada e interpretada con intención y criterios artísticos por compositores conocidos o anónimos a lo largo de los dos últimos milenios. Como en todas las artes, aquí también tendríamos motivos de discusión sobre lo que es arte o no lo es.

Pero no vamos a entrar en cuestiones de estética que es otro tema apasionante y controvertido. Decimos: esto me gusta o no me gusta; pero, ¿nos podemos guiar sólo por nuestro gusto o podemos y debemos formar y educar el gusto a través de un mayor y mejor conocimiento de las artes?

Éste es precisamente nuestro propósito. Intentar que, a partir de un mayor y mejor conocimiento de la m., podamos disfrutarla más profundamente.

Para esto, además de mis aportaciones personales, voy a seguir los criterios y opiniones de Aaron Coplan, un gran compositor norteamericano que escribió sobre este tema, poniendo al alcance de todos el mundo interior de la composición musical.

El primer requisito para escuchar la m. es tan obvio que casi parece ridículo mencionarlo. Y, sin embargo, es a menudo el único elemento que está ausente: prestar atención y dar a la m. el esfuerzo concentrado de un oyente activo. Naturalmente, no toda m. merece el mismo esfuerzo. Es inútil buscar donde no hay. Pero encontrar la riqueza de una obra musical, no siempre es fácil. Tampoco es siempre mejor la m. que más nos gusta. La bisutería musical muchas veces nos engaña o quizá tal vez nos basta. Pero pienso que hay que conocer más para valorar mejor.

Hay música que nos mueve sólo los pié, otra que nos conmueve el corazón, pero la buena m. nos debe mover también la mente.

Resulta revelador comparar las acciones del público de teatro con el de las sinfonías. En el teatro el público presta toda su atención a cada línea del diálogo, sabiendo que, si se pierde algo importante, no comprenderá la obra. Esta atención instintiva a menudo falta en la sala de conciertos. Sólo tenemos que ver a quienes asisten a un concierto cómo se distraen, hablan, leen o simplemente miran al espacio. Tan sólo un pequeño porcentaje está vitalmente interesado en escuchar activamente. Los demás ni siquiera saben que en la m. hay uno o varios protagonistas y que están dentro de la m.; que no son ni el director ni los músicos, ni siquiera el compositor. La obra musical nace del compositor, vive por los intérpretes, pero debe ser acogida por el oyente. Esperamos una buena interpretación de una bella obra, pero ¿nos damos cuenta de que también debe ser brillantemente escuchada?

Los músicos saben bien por experiencia que la misma m. con los mismos ejecutantes puede ser recibida con enormes diferencias por distintos públicos. En otras palabras, la calidad apreciada de la m. está claramente a merced de la calidad real de los oyentes. Por desgracia para la m. muchos oyentes se contentan con meterse en un baño emocional y limitar su reacción a la m. al elemento sensual de verse rodeados de sonidos. No saben que estos sonidos están organizados, que nos hacen un llamamiento intelectual además del emocional.

Naturalmente no toda música requiere el mismo grado de atención. (Ejemplos gastronómicos: aperitivos, platos fuertes, postres, chuches, etc.... Ej. De lecturas: periódicos, revistas, novelas, etc.) Igualmente en M.

Nosotros vamos a los platos fuertes. Nos dirigimos y vamos a ayudar a los que sentís curiosidad por las formas más complicadas y elaboradas de m.

La gran m. ha nacido de grandes esfuerzos de espíritus grandes y dedicados y exige un espíritu equivalente en los oyentes.

Muchos de vosotros decís a veces: me gusta muchísimo la m. clásica pero no entiendo nada de ella. No decís lo mismo de una novela, de una película o de una obra de teatro. Sin embargo no hay por qué acomplejarse con la m. Lo mínimo que se pide a un oyente inteligente es que sea capaz de reconocer una melodía cada vez que la oiga.

La materia prima de la m. son los sonidos. Pero no todos los sonidos forman una melodía. (En pintura los colores, figuras, espacios, fondos, etc.) La melodía destaca sobre otros sonidos, pero a veces la ocultan, la envuelven, se rompe, se transforma, es decir, le suceden cosas. Por eso es importante desde el principio de una obra reconocer las melodías para poder apreciar sus cambios, sus transformaciones, notar cuando desaparece y prever cuando va a volver. Uno de los mayores goces del oyente preparado es confirmar esa previsión con la vuelta de una melodía. Pero también está en el genio del compositor sorprender al oyente con una aparición inesperada de la melodía o vestida de otra manera...

Por eso los malos oyentes, si no esperan nada, tampoco nada les sorprende.

La sorpresa puede ser tan grande como la de algunos críticos de Beethoven que pensaban estaría borracho cuando compuso alguna de sus obras .Hoy esas mismas obras no nos sorprenden en absoluto porque no sabemos lo que aquellos críticos esperaban, no estamos esperando ni sabemos lo que en esas obras sería lo lógico.

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