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Siempre la libertad
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Siempre la libertad

Actualizado 16/01/2015
Marta Ferreira

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Los terribles asesinatos perpetrados en París contra personas vinculadas a la revista satírica "Charlie Hebdo", han dado pie a múltiples intervenciones a propósito de su motivación y sus consecuencias, y nos hemos encontrado enfrentados a articulistas con el "Je suis Charlie" y en el lado contrario a los que titulaban "Je ne suis Charlie". Tras su controversia, dos temas: la libertad de expresión es un absoluto y cuestionarla supone amortizar la democracia (¿sí o no?), y junto a él, la religión como ámbito excluido del debate por los elementos emocionales que conlleva (¿sí o no?), pues a veces se nos olvida pero aquí en Europa vivimos durante siglos las llamadas guerras de religión.

Me posiciono: la libertad es pieza incuestionable del edificio democrático, si la restringimos hablamos de otra cosa pero no de democracia. Pero voy más allá: sin libertad no hay existencia humana digna de ese nombre. Ahora bien, la libertad de expresión en sí misma no es un absoluto y los textos constitucionales la sitúan al servicio de la verdad: valerse de esta libertad para mentir, para injuriar, para confundir, no es entenderla. De ahí que nuestro propio ordenamiento jurídico contemple la posibilidad de actuar ante los tribunales cuando tal cosa ocurra, y abundan las sentencias en que se condena a quien así actuó. Es decir, que la libertad de expresión no vale, por ejemplo, para infundir el odio o despertar nuestros peores instintos.

El tema se tuerce cuando entra en juego la violencia como modo vindicativo de hacer justicia, es decir, de no hacerla. En este caso, no cabe duda, aquí no caben límites: tomarse la justicia por tu mano es situarte en la barbarie y la barbarie no tiene sitio en Occidente, aunque nos ha llevado tiempo llegar a comprenderlo: cómo olvidar los millones de muertos causados por esas dos grandes enfermedades históricas europeas que fueron el nazismo y el comunismo estalinista. Nada justifica la violencia, nada, y cuando esto no es así, solo cabe la condena sin fisuras. Es lo sucedido con "Charlie Hebdo". Y no seamos ingenuos: la violencia penetra nuestro mundo constantemente, ahora mismo, y su único opositor válido es el sistema democrático liberal, con todas sus imperfecciones y contradicciones, que las tiene.

¿Y la religión? ¿Es intocable? Si tal fuera, colocaríamos a la vivencia religiosa en el puro ámbito de la individualidad, al margen de lo social y político, pero es evidente que las religiones se expresan públicamente y en consecuencia se exponen a los riesgos del pluralismo. La solución se llama tolerancia y los cristianos lo sabemos porque durante siglos caímos en lo contrario. Los autos de fe y las piras de herejes entre católicos y protestantes nos han vacunado contra lo que supone la intolerancia, el dogmatismo y el fundamentalismo. Qué bueno sería que algunos volvieran a leer o leyesen por primera vez a Erasmo de Rotterdam en sus reflexiones agudas sobre la cuestión. Y qué bueno sería también que los creyentes asumiéramos que la religión auténtica o es en libertad o no es.

En cualquier caso el problema no se soluciona obviándolo, sino afrontándolo. El ejercicio de la libertad de expresión conlleva responsabilidad y las leyes democráticas la exigen, por el daño a veces irreversible que se puede ocasionar a personas e instituciones mediante calumnias y mentiras, pero esto no supone la autocensura sino el uso inteligente de la libertad que tiene un para qué y no es un fin en sí misma: derechos y deberes son el haz y el envés de la misma realidad y solo su equilibrio garantiza su efectividad. Pero eso es la teoría, y la realidad está llena de contradicciones, en consecuencia, el primero de los derechos y el que prevalece es el de la libertad irrestricta. Nos ha llevado siglos entenderlo y aceptarlo y muchos han perdido la vida por su falta. Por eso millones de franceses dijeron no el otro día a estos crímenes odiosos.

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