¡Je suis Charlie!

Sí, ese ha sido el clamor de la sociedad europea en estos últimos días tras los salvajes atentados de París. París, la «Ciudad de la Luz», nombre que hacer referencia a su consideración como centro de las artes y de la educación, capital de la libertad, la igualdad y la fraternidad, precisamente una ciudad que quiere representar todo aquello de lo que carecen los descerebrados autores de los dramáticos acontecimientos que dieron como resultado la muerte de inocentes y el enérgico y multitudinario rechazo a la intolerancia y el fanatismo. Sí, creo que es humano, que es de ley, unirse a este rechazo unánime de los que creen en los principios de la democracia y afirmar: Je suis Charlie aussi.

Hace apenas un par de semanas, en mi colaboración del día 19 del pasado mes con motivo del asesinato de niños y niñas en una escuela pakistaní escribí: Se asesina invocando el nombre de un dios, de cualquier dios, pero en todos los textos sagrados que he leído, y son ya muchos, nunca he encontrado nada que justificara tan ignominiosas soflamas, porque sólo eso son, incluso para con los dioses.

Parece que a estos depravados personajes les da miedo la libertad, la educación, la tolerancia, el respeto. Se creen en posesión de verdades absolutas, se consideran superiores, elegidos por los dioses para imponer teocracias y dictaduras, para practicar la dominación, la represión, el abuso y la tiranía. Los infames actos contra importantes ciudades, no sólo truncan las vidas de inocentes, atentan contra el corazón mismo de la convivencia, contar las esencias de un modelo de sociedad, con sus defectos que sin duda tiene, pero que a todas luces es muchos mejor que las propuestas de cualquier fanatismo.

El atentado contra Charlie Hebdo, cuya línea editorial no comparto en absoluto, fue una prueba más del desprecio a lo diferente. Este atentando contra la libertad de expresión pone de nuevo sobre la mesa problemas enquistados, no resueltos y que pueden ser caldo de cultivo para las arengas de muchos grupos obsesionados con la imposición de doctrinas totalitarias. Libertad frente a respeto, derechos frente a seguridad, integración frente a uniformidad, política frente a religión. Todo es cuestión de prioridades. Prioridades siempre cuestionadas por unos y por otros, pero que quieren, así avanzan las sociedades humanas, así se van articulando nuestras reglas de convivencia, nuestros derechos y también nuestros deberes.

Nuevamente se debatirán medidas para protegernos ¿protegernos de qué? ¿de lo diferente, de lo distinto, de lo extranjero? Nuevos controles, nuevas normas, nuevas reglamentaciones, incluso nuevas leyes, pero los problemas esenciales seguirá silenciado hasta que nuevas atrocidades se produzcan en algún lugar del planeta, alimentadas por la opresión, el miedo, la ignorancia y la pobreza.

El, cantautor argentino Rafael Amor, compuso hace ya algunas décadas una magnifica canción, cuyo estribillo recitado decía:

No me llames extranjero traemos el mismo grito; el mismo cansancio viejo que viene arrastrando el hombre desde el fondo de los tiempos. Cuando no existían fronteras antes de que vinieran ellos; los que dividen y matan, los que roban los que mienten los que venden nuestros sueños, los que inventaron un día esta palabra: "extranjero"

Tal vez deberíamos empezar a prestar más atención a los buenos poetas que a los falsos profetas, sean de la ideología que sean, pues como afirmaba el gran Vicente Aleixandre: La poesía es comunicación. Algo que sirve para hablar con los demás seres humanos.