Reviví hace unos días en la tele sus imágenes: fue la adaptación de un libro celebérrimo. Y, al instante, pensé en cuando tuve entre las manos esa misma historia plasmada en un papel. La novela, escrita en un tono muy sencillo, no tenía ese pellizco poético y genuino que rozan las grandes obras literarias, esas cuyo lenguaje eleva el vuelo y se queda aleteando en el cristal del corazón. No obstante, el libro fue un éxito rotundo, aunque en mí no dejara, al final, ninguna huella, si acaso el hastío que produce en nuestro espíritu el sonido monótono de una chicharra estival.
La gente confunde el argumento de un best seller (el libro al que me refiero es uno de ellos), con la alta literatura. No lo entiendo. Escribir una historia sencilla no es difícil; lo complicado es narrarla con estilo, destilarla a través de un lenguaje hermoso y mágico: un alambique usado con destreza por aquellos tocados por el resplandor de un ángel que hila hebras de oro en la más densa oscuridad.
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