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Arte morboso
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Arte morboso

Actualizado 13/01/2015
José Javier Muñoz

He visto la actual exposición de Enrique Marty en el Museo DA2. Las fotos adjuntas muestran algunas de sus figuras, expuestas ahora en el interior de una caseta de contrachapado (imagen bajo estas líneas) y que ya me habían llamado la atención en la Feria ARCO 2008 de Madrid (imagen de arriba). Este artículo no trata específicamente de la obra del salmantino sino del extendido, repetitivo y poco original movimiento en el que participa, consistente en reducir el arte a lo morboso. Lo publiqué en La Gaceta el 30 de septiembre de 1999, cuando se pergeñaba el proyecto del museo de arte contemporáneo que se inauguraría en Salamanca en 2002.

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Reflexiones sobre las funciones y los experimentos del arte

Aplaudir o condenar estética e intelectualmente una obra de arte es ante todo un acto personal que depende de muchos factores psicológicos y culturales. Tantos, que no caben en un casillero convencional de calificación. Sin embargo, si no queremos caer en el todo vale tendremos que admitir la existencia de determinados valores o criterios compartidos. Hay valores que vienen de muy atrás en la historia y otros que son consecuencia del desarrollo de la tecnología y los nuevos hábitos sociales. ¿Cómo enjuiciar un cuadro o una escultura? Por ejemplo, apreciando si muestran detalles, facetas o fragmentos interesantes de la Naturaleza, si aportan belleza y deleite, si son testimonio de ambientes, situaciones y momentos de la historia o la intrahistoria, si expresan emociones del artista o despiertan sentimientos en el espectador, si reproducen acertadamente símbolos, despiertan sugerencias, provocan sorpresa, despiertan emociones estimulantes o gratificantes, demuestran rebeldía o rompen cánones formales y académicos, resultan originales, decorativos, ricos por sus materiales y la calidad del soporte, admirables por la destreza de su ejecución. Se puede afirmar que resultarán más valiosos en la medida en que posean mayor número de tales condiciones.

Los valores que interesaron a los artistas de vanguardia en los comienzos del siglo veinte fueron ?según enumera Francastel? ritmo, velocidad, deformaciones, plasticidad, mutaciones y transferencias. Son factores que influyeron poderosamente en el arte y la cultura gracias a la evolución de la tecnología y los medios de comunicación. Marinetti llegó a entusiasmarse con la nueva era hasta el punto de proclamar que "un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia". Marcel Duchamp presentó un urinario en una exposición en 1917, y Piero Manzoni puso a la venta en 1961 latas que contenían auténtica merda d´artista, producto que no hace falta traducir. Al margen de la presunta inclinación escatológica de sus autores, la explicación más verosímil es que tales obras se deben en realidad a rabietas intelectuales por el hecho de que a los artistas plásticos les iban surgiendo competidores más poderosos que ellos (primero la fotografía, después el cine y la televisión) en la captación, reproducción y difusión de imágenes. Los años ochenta y noventa han sido de vértigo formal. El fetichismo de la técnica y la imagen ha arrinconado con frecuencia las expresiones públicas del sentimiento y ha conferido tanto protagonismo al marco (el soporte o canal) como al propio sujeto de los mensajes, haciendo que la iconografía sea al mismo tiempo continente y contenido, símbolo y objeto de consumo.

Creo que ciertas experiencias merecen consideración como expresiones de ruptura y de posible reorientación artística, pero no veo que deba sentir por ellas aprecio estético. Y aun dando por bueno que puedan catalogarse como auténticas obras de arte, serán dignas de recuerdo las obras de los vanguardistas, los pioneros y los provocadores originales; lo que no tiene sentido es imitarlas, sobre todo mucho tiempo después de que cumplieran su papel de llamar la atención. Ocurre, sin embargo, que al socaire de la subjetividad del arte se han colado muchos gurús indocumentados, y ya se sabe que son más atrevidos cuanto mayor es su ignorancia. Además les favorece el clima de chantaje intelectual impuesto por el progresismo indiscriminado y el relativismo posmodernista, clima en que se desenvuelven a sus anchas los marchantes más avispados y menos escrupulosos.

Por supuesto que no se pueden poner puertas a la creatividad. No sólo son libres sino también recomendables los experimentos extravagantes y los proyectos utópicos e inverosímiles, pero el resultado debe someterse a criterios de calidad. ¿Quién establece esos criterios? En las galerías particulares cada propietario y cada artista ?mediocre o genial? invierten su propio tiempo y arriesgan su dinero, pero un museo público tiene que acoger solamente la excelencia. Si para conseguirla es preciso poner filtros muy rigurosos, se ponen... desde el principio y cuando todavía se está a tiempo de hacer las cosas bien. Una sociedad es de verdad civilizada (con un término medio razonable de democracia y cultura general) cuando es capaz de compatibilizar sin graves tensiones la gestión pública y las iniciativas privadas.

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