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Actualizado 11/01/2015

Mientras meditaba y reflexionaba sobre ¿que opinar para ustedes?, este fin de semana. Iba a hablarles sobre el bautismo, su significado y en que nos introduce como cristianos nuevos.

De repente, mientras observaba las noticias que me iban llegando apareció la catequesis del Papa Francisco.

¿Título sugerente?, las madres. De nuevo, hablaba de la familia, hace poco tiempo, todavía en esta Navidad que no la hemos cerrado, hasta hoy con el Bautismo del Señor, celebrábamos la Sagrada Familia.

Me introduzco en esa apasionante catequesis, de su audiencia de los miércoles.

Y creo que lo que nos dice es verdad, cuantos no le debemos nuestra fe a nuestras madres, aunque todos la recibimos de Dios y gratuitamente, pero ellas son las encargadas de acompañarnos en esos primeros pasos. Y esas abuelitas, que son dos veces madres.

Lo primero que nos dice que les debemos la vida, verdaderamente cierto, ellas nos dan la vida y dan la vida por sus hijos.

Pero las escuchamos, las hacemos caso. Algunas veces creo que no, siempre nos aconsejan lo mejor para nosotros, pero no nos damos cuenta o no queremos verlo. Otras veces buscamos nuestro propio beneficio, y nos olvidamos de ellas. Otras veces a lo mejor las explotamos a esas madres o a esas abuelas que cuando tenemos preocupaciones, buscamos su ayuda o dejando al cuidado de los pequeños, que como lo hacen tan bien. Y lo hacen con todo su amor y ternura. Ellas lo hacen encantadas, nos ayudan siempre y por abusamos de ellas.

Pero lo más duro que dice el Papa es a continuación, las damos la importancia que tienen en las comunidades cristianas. O seguimos siendo como en la época de Jesús y la mujer no tiene relevancia en la comunidad. El don de la maternidad, es de gran importancia para la vida de la comunidad, da vida a la comunidad, aportando vida y savia nueva.

Y el ejemplo de Santa María, la discípula más fiel de su propio Hijo, incluso hasta el momento de la muerte en la cruz. Con ese amor incondicional y gratuito. Una madre por mucho daño que la hagamos ella siempre nos perdonará y nos querrá.

Pero María, fue ejemplo de entrega por medio de su oración, siempre oro en silencio. En el silencio de su alma. Como fue en el momento de la muerte de su Hijo. Se entregó también, cuando dio el sí, al Señor, en cuerpo y alma a toda la humanidad. Y lloró por todos nosotros, cuando lloro por la muerte de su Hijo, con esa muerte y esas lágrimas redimimos toda la humanidad. Como hombres nuevos, igual que como el bautismo con el agua volvemos a la vida nueva.

Cuantas madres desde el silencio, la oración, las lágrimas no lloran por esos hijos que se alejan o se han alejado de la Iglesia o de ellas. O por los hijos que no están en el camino que sus madres desearían para sus hijos. Esas lágrimas y oraciones yo creo que no se pierden, como le dijo un Obispo a una madre de una conocido padre de la Iglesia. Con la oración y sus lágrimas consiguió la conversión de su hijo.

¿Por qué será que ellas rechazan el beneficio particular o personal?. Lo dan todo por nosotros.

El Arzobispo Oscar Romero, que por cierto se ha reconocido su martirio, lo llamó "Martirio materno", ellas se entregan hasta el final sin límites, no vacilan y no ponen pegas en su entrega. Misteriosamente son silenciosas, pero interiormente oran por nosotros para que encontremos nuestro bien y dan todo por nosotros, hasta la vida por sus hijos.

Y lo hace de una manera especial con ternura, dedicación y esa fuerza que nos arropan y nos protegen y como niños pequeños siempre evitan que nos caigamos, como cuando somos pequeños y damos nuestros primeros pasos.

Y entrelazando con el Evangelio de Hoy nos acompañan en nuestros primeros pasos en la fe, así siempre suelen ser ellas, las que empiezan con ese cariño y ese amor, las que piden el bautismo para sus hijos y después nos enseñan a andar en la fe. Con esas primeras oraciones como el Jesusito de mi vida y los angelitos de la guarda.

Como dice San Agustín: "lo había bebido piadosamente mi tierno corazón con la leche de mi madre, y lo conservaba profundamente grabado". (Confesiones III, 4, 8).

Si no fuera por ellas, como dice el Papa Francisco, lo mismo la Iglesia tendría menos fieles que los que somos en la actualidad.

Y como hizo el Santo Padre Juan Pablo II con su lema "Totus Tuus". Él se encomendó en su totalidad a la virgen María. Y fue su Madre celestial y terrena. Por eso la Virgen, nos enseña que la Iglesia también es nuestra madre. Y la Iglesia tiene que ser una madre para sus hijos.

Gracias a esas madres, abuelas que nos enseñan, nos aman y nos han ensañado a ser y querer ser miembros de la Iglesia.

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