In-propósito

Decía un sabio, y si no era así ya se lo digo yo, que las Navidades están hechas para reencontrarse con los seres queridos. Y si esto no se consigue, también sirven para reencontrarse con uno mismo.

Con el niño ilusionado que escribe la carta a Papá Noel, el que se emociona con las luces de colores por la calle, el que recuerda a su abuela con el olor de la cena de Nochebuena o el que sale a la calle el día 5 de enero llueva o nieve en busca del caramelo que le tira a la cabeza el paje del rey Baltasar. La Navidad está hecha para comerse la cabeza buscando el regalo perfecto para mamá ?no algo que necesite, algo que quiera? o vencerse a la risa fácil cuando al padre serio le da por la zambomba tras el vino de la cena de Nochevieja. La Navidad está hecha para sentir una cierta nostalgia al ver a Ramón García con su capa inmortal explicando por enésima vez el asunto de los cuartos. Sirve para emocionarse con las imágenes de felicidad del telediario del día 22 de diciembre, mi informativo favorito del año, el que sólo se cuentan historias felices.

La Navidad está para reencontrarse con esos viejos amigos que hacía mucho tiempo que no veías, y con esos que ves día tras día pero en esas fechas tienen algo especial para ti: una sonrisa, un café, una broma... Para recibir y despedir a esos que están fuera y la situación no invita a volver. Para olvidar por un rato la corrupción, soportar que se te llene el móvil con mensajes de buenos deseos y las felicitaciones con la cara del Pequeño Nicolás te empiecen a parecer simpáticas.

Incluso para hacer un ejercicio de autocomprensión, descubrir que eso a lo que das tanta importancia quizás no la tenga, la persona a la que no has prestado atención te necesita, esa otra a la que vanaglorias es un cantamañanas, no tienes por qué avergonzarte de las frikadas que te hacen ser lo que eres y todas las críticas tienen más de envidia que de ofensa.

Respira hondo y no te marches nunca a la cama enfadado con el mundo. No merece la pena.