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Algo de Victor Oliveira Mateus
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Algo de Victor Oliveira Mateus

Actualizado 06/01/2015
Montse Villar

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Algo que mucho diga o exprese es lo que se merece el lisboeta Victor Oliveira Mateus (1952). Pocas palabras que agranden su voz poética, a veces oculta por su extrema generosidad como antólogo de varias propuestas deliciosas, como 'O prisma das muitas cores. Poesia de Amor Portuguesa e Brasileira (Laberinto, 2010), donde reúne a 140 poetas de ambas orillas del idioma portugués.

Pero quiero decir algo de su poesía, por ejemplo de aquella poesía albergada en el libro titulado 'Pelo deserto as minhas maos': Oliveira Mateus se ofrece al espejeante éxtasis que proporciona todo el deseo que hace falta, cuerpo y espíritu en el profundo respiradero del Amor. Sus 27 partes son el lecho de una pasión desde donde su palabra seminal va preñando aquello escanciado de la Luz y del Hechizo, auge y encadenamiento armonioso del Verbo y de todo aquello que atañe al hombre en el claroscuro de su existencia cotidiana. Este poeta portugués se sumerge en el 'desierto' para saciar su Sed infinita y lo desflore el amor supremo, pulsión o gran temperatura que el hombre requiere mientras vive.

Felicito a Victor Oliveira Mateus y traduzco cinco catas del libro mencionado. Es una mina de oro puro (de poesía-poesía, quiero decir).

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POR EL DESIERTO MIS MANOS

1

Sobre esta tierra me recuesto y digo sol

Lo digo en la pertinaz comodidad del caserío, donde por la noche las mujeres, todas vestidas de esperanza, adornan con pequeñas conchas la tremenda orilla del silencio

¡Ah, nadie ya osa semejante Viaje!

O siquiera un frágil gesto, como quien convoca, en el encaje

de las arenas, la belleza de un espejismo; especie de visión fulgurante donde se muestra una puerta propicia

Sobre esta tierra me recuesto y digo sol

Lo digo con el feliz desaliento que trago siempre, con el desapego de dos manos en la fértil aridez del Desierto

3

¿Qué voz llora por mí

al otro lado de las grandes piedras? ¿Qué lamento? ¿Qué murmullo por entre la sombra escasa de los arbustos? Tal vez sea el viento: el azote de un extraño viento oceánico en mi rostro mientras duermo. O tal vez sea el sol, que engarzándose a las largas nubes, después cae directo sobre mi cuerpo. O también -¿Quién sabe?- tal vez no sea ninguna de esas cosa; tan sólo el escurridizo silbido de una serpiente en su treta para tentarme

Pero no, nada de eso podrá llorar por mí al otro lado de las grandes piedras. Nada, a no ser el eco de tus ojos; el azul desmayado de esos ojos donde mi sueño era un barco imposible y las palabras zozobraban en la raíz de mi deseo

7

Vendrá un día y olvidaré

la extrema limpidez de tus ojos, el imposible misterio de tu cuerpo, enseñando, al romper de la noche, la grandeza de tal secreto

Todo olvidaré:

tus vestidos de lino y jaspe verde; esa figura sentenciosa de beduino: amorosa Visitación sobre la tierra derramada; tu caballo enjaezado, como si de príncipe se tratara, rebufando a la difusa y polvorienta noche

Vendrá un día y olvidaré

mi sombra incrustada en el brillo azulado de las piedras: vaga presencia que soy ? libre y aceptante en este Camino donde nadie pasa

12

Descenderte el cuerpo palmo a palmo

Descenderlo como quien sube a la cima del más alto monte, como quien encuentra firmeza en un espacio para el cual ninguna lengua tiene nombre

Desciéndelo o moldéalo, ni yo sé bien: el rostro joven, el sedoso pecho, los muslos; desciéndelo y construye el murmullo silbante del viento, o de una boca entreabierta en el rumor agitado de la tarde

Descenderte el cuerpo palmo a palmo

No el cuerpo pesado, prisión, informe deseo que por sí se basta en una infinita corrosión de todo, pero sí un cuerpo luz, amigo, que, sonriendo, aquello que lo excede a mi entrega

19

Nunca cuidé de mi vida

pero sí de mis sueños, que son fieles y verdaderos

y traen la osadía de los grandes desgarros, cuando, en el desnorte que me guía, ponen la tenaz luminosidad que suaviza y nutre

Nunca recelé, aunque fuese muy necesario, ante cualquier desacierto. Y de la arena hacia el sol insisto la Luz, en contra de lo habitual. Insisto y tú quedas, oh memoria inconsolable, farol refulgiendo en la negrura ácida de la tierra ? irreductible soledad de todos los Viandantes

Nunca cuidé de mi vida

pero sí de mis sueños, que son hermosos e insumisos ante el desorden que reina hoy

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