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El año de la recuperación
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El año de la recuperación

Actualizado 03/01/2015
Manuel Lamas

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Ya hemos entrado en 2015 y algunos no se cortan al definirlo como el año de la recuperación. Pero no hace falta consultar muchos datos para darnos cuenta de que no es así. La precariedad se respira en la calle, a través de los comentarios de la gente.

La pobreza crece sin nada que la detenga. Menos mal que el gobierno ha subido el salario mínimo, y también las pensiones, eso permitirá a muchas personas comprar una barra de pan durante cuatro o cinco días. Dos o tres euros al mes no dan para más.

Esta realidad me sugiere dos preguntas: ¿qué interés se esconde en negar lo evidente? ¿Acaso aireando en los medios la salida de la crisis saldremos de ella?

Es como un insulto, dirigirse a los ciudadanos en estos términos. Pues, a la precariedad en lo económico se suma la indignación, casi generalizada, contra aquellos que niegan lo que todos vemos. Alguien está convencido de que los ciudadanos son tontos.

En el nuevo año no quiero amargar las esperanzas de algunas personas, pero creo necesario hablar claro y, por eso, tengo que recordar a los que ostentan el poder, que los mayores sacrificios han recaído sobre la clase medía, y el mayor daño, se ha producido en los más desfavorecidos. Si, sobre esos que perdieron su trabajo y, con el, su casa. Ahora se les compensa con una ayuda ridícula. ¿Donde está la dignidad de esa gente? ¿Como se defienden sus derechos cuando se les obliga, sin la menor consideración, a vivir de la caridad pública?

No me olvido de los jóvenes que han tenido que emigrar por falta de trabajo, y debido a políticas antisociales promovidas desde Europa. Se les formó en España, pero su rendimiento queda lejos de nuestras fronteras. Muchas veces me pregunto: ¿qué ventajas nos ha reportado Europa? Esa unión de estados, que nos vendieron como un gran proyecto también en lo social.

Evidentemente, Europa ha sido un reto en lo económico. Pero solo para grandes empresas, que han visto crecer sus beneficios al multiplicarse los mercados. Para el resto, no deja de ser una aventura con un final incierto.

Muchos ciudadanos de países del sur de Europa han visto como sus derechos han ido desapareciendo sin que nadie lo evitara. Al contrarío, han sido las sangrantes políticas promovidas por los Órganos Rectores de las Instituciones Europeas, quienes han terminado con la ilusión de mucha gente.

Mientras no cambien esas políticas, Europa será un macro mercado y sus ciudadanos meros consumidores. Reiteradamente nos han demostrado que los derechos de las personas no cuentan en su vertiginoso trasiego de mercancías. Es la política quien debe controlar la economía y no al contrario.

España, sin embargo, proclama la salida de la crisis. Nuestros dirigentes hablan de datos macroeconómicos; de parámetros que marcan nítidamente tendencias positivas. Pero, como siempre, se olvidan de lo fundamental: de las personas que tiene que comer todos los días y pagar sus facturas.

Desde la vieja Europa (tan vieja como insolidaria) aplauden nuestras decisiones. Por seguir al pie de la letra sus indicaciones, hoy somos ejemplo para los demás. Evidentemente, no quieren ver las consecuencias de tantas restricciones. Prefieren sortear los escombros antes de reconocer las razones de tanta destrucción.

Más damnificados que en una guerra, dejará esta maldita crisis. No hay derramamiento de sangre, pero la misma destrucción moral; difícil de recomponer por la cantidad de heridas abiertas.

La política, como puedes ver, se ha deshumanizado. Algo que tendría que ser baluarte de derechos; base de equidad y guía para el entendimiento entre las personas, se ha convertido en fuente de sacrificios y dolor para unos, y nido de ventajas para otros. Pues no todos han sufrido las consecuencias de este desastre. Al contrario, mientras unos lo perdían casi todo, otros se enriquecían impunemente. Vivir en sociedad exige cumplir las reglas por todos acordadas. En caso contrario, el mundo se convertirá en una selva inquietante.

Creo que se trata de una cuestión de educación. No se educa en valores sino para competir; no se enseña a compartir sino a guardar y, lo que unos almacenan, sin ningún derecho, es lo que otros necesitan para mantener su dignidad. Que no me hablen de políticas ni de políticos que no son capaces de distribuir equitativamente los recursos, también los sacrificios.

No señalo a nadie como responsable directo de tanto dolor y destrucción. Creo que todos tenemos mucho que aprender. En primer lugar, a ser coherentes y no disfrazar la realidad con eufemismos, aunque solo sea por respeto hacia aquellos que lo han perdido todo.

Las elecciones están a tiro de piedra pero, es tanta la indignación que, nuestras instituciones, pueden convertirse en algo ingobernable. No doy ningún crédito a las encuestas, pero sus resultados apuntan reiteradamente en la dirección que señalo. Lo cierto es que, muchos, tendrán que hacer sus maletas y prepararse para vivir de su propio trabajo. Y, que Dios reparta suerte, porque porque justicia social, en este país, no se ha repartido.

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