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Ay, el Cronos del Corrillo
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Ay, el Cronos del Corrillo

Actualizado 03/01/2015
Alberto D.

Casi todos los días atravieso la Plaza del Corrillo y miro de reojo a Cronos, o Saturno, devorando a su hijo en el capitel de la tercera columna... Hoy, uno de enero cuando escribo, apenas pasado el año viejo, ¡tan largo y tan corto!, reúno en breve y escéptico ramo viejos ecos del tiempo que pasa. Ay, el tiempo tan fugaz? diría cualquiera o al menos cualquier poeta o filósofo.

Es una vieja herida que el ser humano lleva (La herida del tiempo, título socorrido y recurrente) y que en todas las épocas y culturas le ha obligado a pensar y a tomar medidas cautelares. Tempus fugit sicut nubes (Job 7, 9), se quejaba Job, el impaciente, viendo cómo los días se desvanecen como las nubes. O la advertencia de Virgilio, fugit inreparabile tempus, hablando de siembras y cosechas (Geórgicas 111, 284). Y casi al mismo tiempo su amigo Horacio comprueba con algún desasosiego que Eheu fugaces, Postume, Postume, labuntur anni, donde el nombre repetido duplica el sentimiento de que los años resbalan y se nos van? Es una comprobación llena de sentimiento que atraviesa toda la historia de la humanidad. Y en ella seguimos todos mientras yo paso junto al relieve del dios Tiempo que nos devora? ¡Ay Póstumo, Póstumo, cuán fugaces se deslizan los años!

Y recuerdo a F. Villon, P. de Ronsard, J. Manrique, L. de Góngora y a tantos otros con sus versos de mirada profunda sobre la vida, tan plena y tan efímera. Con resultados contradictorios, porque brota una invitación apasionada a vivir el día en toda su potencia y, a la vez, a no descuidar cierto desengaño escéptico como medicina necesaria ante tanta brevedad de la vida y de las cosas. Y entre estas dos laderas hemos cabalgado siglos y siglos con la vida al hombro y sus amenazas sobre nuestra espalda. Los viejos goliardos invitaban a vivir el gozo de cada día para compensar tanta rebaja y lo que luego, ya en el s. XVIII, acabó siendo casi himno de cualquier universidad lo canta una y otra vez, sobre todo en sus estrofas más antiguas: ¡Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus¡ Post iucundam iuventutem, post molestam senectutem nos habebit humus. No necesita traducción.

Quizás lo mejor del texto es herencia de los viejos Carmina de Bura sancti Benedicti (s. XII), los conocidos Cármina Burana a los que puso música Carl Off hace ochenta años; bueno, a una pequeña parte y con una música, muy bella, que nunca me pareció adecuada al sentido de los versos, aunque hablando de interpretación y de gustos? Dice el preludio en un latín tan elemental en la forma como profundo en su sentido: O Fortuna, variable como la luna, siempre creciente o menguante. ¡Que vida tan detestable!, ahora oprime, después alivia en juego caprichoso; a la pobreza y al poder los derritió como al hielo. Y efectivamente así seguimos y si así cambia la suerte de la vida habrá que estrujarla con prisa o, en contraria dirección, elegir una sabia indiferencia o un inteligente aprovechamiento. O mezclar sabiamente las tres opciones.

Y de todo hubo siempre y de todo hay todavía hoy. A la vista está. Cada uno elige. Y en esto pienso de vez en cuando al pasar junto a Cronos devorando a su hijo. Con el valor añadido de que en estos días es mi cumpleaños y además se nos va el año viejo. ¡Cómo se nos pasa el tiempo!

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