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El río Huebra, campero y arribeño
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PASEOS Y PAISAJES DE SALAMANCA

El río Huebra, campero y arribeño

Actualizado 29/12/2014

Una de las grandes riquezas de nuestra provincia está en su variedad de comarcas, con paisajes, gastronomía y arte que diferencian a unas de otras y que SALAMANCA rtv AL DIA recorrerá cada semana (GALERÍA FOTOGRÁFICA)

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Si hay algo que distingue a Salamanca de otras provincias es su gran variedad de comarcas, con paisajes, gastronomía y arte que la hacen única. Una riqueza al alcance de todos los salmantinos y visitantes que SALAMANCA rtv AL DIA mostrará cada semana. Propuestas turísticas que también pueden conocerse ampliamente en la web de la Diputación de Salamanca http://www.salamancaemocion.es

En este paseo por la provincia, nos acercamos hasta el río Huebra. Escribe José Díaz Elcuaz:

Nacido entre el silencio de la reina mora, sus aguas se abren paso por el Campo Charro entre encinas, pastizales y toros de lidia; de éstos coge el encaste, que derrocha en su tramo final, tallando la meseta en sorprendentes cañones, en pleno parque natural de las Arribes del Duero. Resulta sorprendente que hasta finales del siglo XIX no se supiera dónde nacía el río Huebra, a pesar de que, ya desde la Edad Media, daba nombre a una comarca, La Valdobla, conocida actualmente como La Huebra.

Hoy sabemos que sus fuentes primeras están en las faldas del pico Cervero, situado en la sierra Mayor o de Las Quilamas, hermosa palabra árabe que significa tierra quebrada y cuyo sentido sólo se aprecia subiendo a la cumbre mencionada o acercándose al pueblo de Valero. El pequeño caudal de sus inicios atraviesa el término de Escurial, donde es conocido como el río Grande, para diferenciarlo del Chico, uno de sus primeros afluentes.

Pronto abandona los robledales que le ven nacer y el paisaje serrano para pasar a ser custodiado por las encinas, dueñas vigilantes de la campiña charra. Estamos en la comarca de La Huebra, que concluye en San Muñoz. Es una tierra de tradicionales alquerías, muchas de ellas convertidas actualmente en fincas ganaderas, pues una de las características que la definen es la abundancia de pastos finos, por lo que la mejor época para conocerla es la primavera, aunque también, si las lluvias son copiosas, la otoñada tiene un atractivo especial.

Decía Pascual Madoz a mediados del siglo XIX que "todo el terreno por donde corre este río es sumamente montuoso, por lo que sus aguas apenas se aprovechan en el riego de las tierras colindantes". Y este carácter no se ha modificado con el paso de los años; en consecuencia, sus riberas son dominio del toro de lidia o de la bravía raza morucha. Y así se suceden Los Arévalos, Villar del Profeta (con su antiguo palacio del siglo XVI), Gallinero de Huebra, Torre de Velayos...

Desde aquí, el viajero puede dirigirse a la cabecera municipal, La Sagrada, y descubrir el bello y desconocido sepulcro plateresco de doña María Ordóñez de Villaquirán, así como los restos del palacio de los condes de Las Amayuelas, señores del lugar y dueños de sus tierras hasta que fueron adquiridas por los vecinos en 1936. No muy lejos de aquí se encuentra Villalba de los Llanos; si el viajero es aficionado a la historia, puede desplazarse a su iglesia para conocer la tumba de doña María la Brava, cuyo palacio de Salamanca se conserva todavía y nos recuerda la terrible resolución de aquella mujer del siglo XV que no dudó en vengar la muerte de sus hijos persiguiendo a los asesinos hasta Portugal, desde donde trajo sus cabezas para arrojarlas sobre las tumbas de sus difuntos.

El río se hace bravo

Retomando el curso del río, la corriente sigue atravesando antiguas alquerías, para alcanzar el pueblo de San Muñoz, último de la comarca de La Huebra, antes de entrar en el Campo Charro.

En este recorrido, tal vez convenga detenerse en algunos parajes e ir en búsqueda de algunos puentes singulares: el de la vía férrea que se dirige a Portugal, construido entre 1883 y 1884, aunque la estructura metálica se renovó en 1936; el embalse de San Jaime; el magnífico puente de Cañiza, del siglo XIX; el de Pelarrodríguez, proyectado en 1906, aunque terminado algunos años después; y, sobre todo, el puente de El Cubo de don Sancho, que este año cumple su primer centenario. El último pueblo merece además una visita detenida, para conocer la fortaleza medieval y la excelente fábrica de su iglesia.

En lo alto de una colina, con una magnífica vista sobre el río, especialmente si viene desbordado de aguas, se emplaza Ituero de Huebra, con su pequeña pero magnífica iglesia de cantería. A partir de aquí, la corriente pierde su mansedumbre: forma acusados meandros, como los de Ituerino, y empieza a encajonarse progresivamente, mientras busca la unión con las aguas del Yeltes. Entretanto, Pozos de Hinojo nos proporciona una estampa magnífica, si es invierno, con las nieblas propias del Campo Charro.

"Entre el Huebra y el Yeltes ?escribía Moreno Blanco?, la mesopotamia es amesetada con prados, monte bajo y encinares ralos; pero al iniciar la bajada hacia el sur, el monte se hace más tupido; las rocas, las encinas y el monte bajo se entremezclan; es la braña". Junto a ella, aparecen los cortados realizados por el río en la roca. Es aquí donde se puede decir que empiezan Las Arribes del Huebra.

El puente Unojo, en el camino (hoy carretera) de "Tramborríos", que de Yecla se dirige a Villavieja de Yeltes, nos obliga a detenernos de nuevo. El magnífico arco que lo singulariza fue construido a finales del siglo XVIII, pero hubo de ser reconstruido un siglo después. Tras el puente, las aguas se dirigen al bello paraje conocido como Cachón, caracterizado por sus desnudos peñascos y por los elevados murallones que forman sus orillas. Todo se debe a la acción erosiva del agua, que ha moldeado en el tramo final del río unos paisajes sorprendentes y que nos remiten a lejanas etapas geológicas. Aunque no alcanzan la altura de los farallones rocosos del Duero, los tajos del Huebra configuran un paisaje agreste tanto o más impresionante que el de La Ribera, probablemente porque apenas ha sido humanizado con la construcción de bancales o paredones.

Tierra de castros

Próximos a sus orillas se alzan los castros vetones, poblados defensivos de origen prerromano. Algunos de ellos prolongaron su existencia tras la conquista de las legiones y aún dejan ver las huellas de un tardío proceso de romanización; otros fueron destruidos y abandonados. Situados en espigones rocosos formados por los ríos o en lugares fácilmente defendibles, con sus campos de piedras hincadas y con sus gruesos muros defensivos evocan, más que muestran, el paso de la Historia, a la vez que exhiben unos parajes naturales impresionantes.

Yecla la Vieja, en la confluencia del Varlaña con el Huebra, muestra los grabados realizados en las piedras de la muralla; las numerosas inscripciones latinas que de allí proceden reflejan el influjo de la romanización sobre el pueblo vetón. El castro de Saldeana, en la orilla derecha del Huebra, es el más impresionante por el lugar en el que se emplaza, en la confluencia del Arroyo Grande con el Huebra. El castro de Bermellar, en la orilla izquierda, sobresale por su muralla de más de siete metros de anchura en algunos puntos de su trazado. Mientras, desde lo alto, nos vigilan el buitre y el alimoche, el milano y la cigüeña negra. Pero volvamos al río. Tras la unión con el Yeltes nos encontramos con el "puente de siete ojos", que históricamente fue conocido siempre como puente de Yecla, aunque hoy se le denomina también de Bogajo o de Zancado, por otros lugares próximos. Fue construido entre los años 1540 y 1547 por los canteros Juan Negrete y Martín de Sarasola y ha sido objeto de numerosas reconstrucciones posteriores. Junto a él, se recorta la silueta de una aceña centenaria; son numerosas las que nos encontramos junto a sus riberas, pero ninguna merece tanto la parada como el molino de la Tomasa, en las proximidades de Gema, con un paisaje espectacular.

El próximo pueblo, Cerralbo, también merece una visita detenida, para contemplar las ruinas de su castillo tardomedieval, otro de los puentes singulares de la provincia y los restos del convento de Nuestra Señora de los Ángeles, construido a finales del siglo XVI. Y entre los puentes modernos, ninguno como el de Resbala, entre Saldeana y Bermellar. El elegante y atrevido arco que le da forma fue volteado en 1914, en reposición de otro viaducto inaugurado en 1891, que una gran riada de diciembre de 1909 se llevó por delante.

Aún nos queda por solaz el puente de la Molinera, construido a finales del siglo XIX, y numerosos parajes que el viajero debe saber buscar, pues, como decía el maestro y escritor local Manuel Moreno Blanco, "los ríos tienen zonas turbulentas, zonas cantarinas y zonas remansadas, junto a las cuales es contagioso el sosiego".

Fotos: Francisco Martín

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