Los días de Navidad son unos días entrañables en los que todo el mundo procura estar cerca de los suyos, con su familia o incluso con sus amigos. Son días que evocan y reclaman la estancia en el hogar, donde se reciben los regalos de papá Noel o de los Reyes Magos, donde se construyen los Nacimientos o se planta el árbol de Navidad, donde se realiza la cena de Noche Buena o la de fin de año con asistencia de toda la familia.
Por eso quizá también es el tiempo adecuado de las campañas en favor de los sin techo, de los que no tienen vivienda, o no la pueden pagar o sostener. El derecho a un hogar está universalmente reconocido, pero la dificultad está en proporcionar a cada uno una casa, la práctica imposibilidad de lograr que cada uno pueda alojarse bajo su propio techo. Poco se arregla con aquel slogan, o aun práctica, del "siente un pobre a su mesa". Y eso en nuestras propias proximidades, sin recurrir a las deficiencias de vivienda de países pobres en áfrica, Asia o América, donde la penuria habitacional es muy superior a la nuestra.
En estos días recordamos que Jesús mismo, el Hijo de Dios, tuvo que nacer en un establo y reposar en un pesebre porque, como señala el evangelio, "no había lugar para ellos en la posada". Incluso tuvieron que emigrar a Egipto, un país extranjero y enemigo, porque el rey Herodes buscaba al niño para matarlo. Vuelto a su patria, al comenzar su predicación itinerante, respondía a los que le preguntaban dónde vivía que "hasta las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos" mientras que "el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza".
Más en profundidad, los cristianos creemos que naciendo como niño en el centro de la historia, el Dios hombre quiso plantar su tienda, su casa, entre nosotros, e hizo de su propio cuerpo el templo donde habita Dios, superando los con frecuencia hermosos y otras veces arruinados templos de Jerusalén, o los lugares sagrados en los que le adoraban los que se apuntaban a las otras religiones.
Él mismo, Cristo, vino a ser nuestro templo o vivienda, y hasta hizo de nuestras personas, incluido nuestro humilde y limitado cuerpo, su propio templo y habitáculo, invitándonos así a estar abiertos a todo hombre que tenga cualquier necesidad o esté carente de refugio.
Deseamos a todos y pedimos que a nadie le falte el necesario "calor de hogar". Sólo así empezaremos a construir un tiempo nuevo de hermandad y solidaridad que dignifique a la especie humana. Vivir la Navidad es construir un cálido y digno hogar para todos.
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