La vida del recién nacido, como escribíamos la semana pasada, está regida por el sistema exploratorio (interés por el mundo físico y social) y el sistema filial (interés por la especie humana); pero poco a poco reconoce determinados aspectos de los cuidadores (el olor, la voz, la cara, etc.) y sus conductas (posturas en que les ponen, cuidados que le ofrecen, etc.) en las primeras semanas, hasta llegar a conocerlos como personas específicas (entre los dos y cuatro meses, como muy tarde). A partir de ese momento les prefieren para recibir caricias y cuidados, aunque no rechazan a los demás. En torno a los seis u ocho meses se produce un salto social cualitativo porque acaban estableciendo el vínculo de APEGO con la madre y los cuidadores que durante medio año les han amantado u ofrecido cuidados físicos, emocionales y sociales. Esté vínculo es el más fuerte y el más estable a lo largo de la vida. Significa que el niño o niña reconoce, prefiere y se vincula a una o varias personas que percibe (conoce como), siente emocionalmente y sabe por experiencia que le son incondicionales: que no le han fallado y no le van a fallar. El apego no es un flechazo, ni un afecto temporal, es un vínculo muy sagaz que solo se establece después de un largo tiempo de conocimiento, intercambios de afectos y experiencia de cuidados: ¨¿cuántas veces ha mirado, tocado, acariciado, hablado, cantado, ofrecido la teta, limpiado, abrazado, etc. una madre a sus bebes antes de los seis meses? Los bebes son muy listos y ya saben que "obras son amores y no buenas razones".
A partir de este momento los niños no solo tienen un vínculo con la madre y otros cuidadores, si es le caso, sino que los desconocidos son observados con cautela y, si éstos son intrusivos, suelen ser rechazados. Es le sistema de miedo a extraños, complementario del apego.
Lo que más fomenta el apego son aquellas interacciones íntimas cargadas de afecto que conforman lo que hemos llamado en nuestros escritos código de la intimidad, por su diferencia con los códigos sociales. Veamos algunos ejemplos maravillosos: (a) Mientras en la vida social no podemos mirarnos a los ojos más que unas décimas de segundos, los niños colocados frontalmente pueden llegar a hacerlo casi el 100% del tiempo y la madre entre el 60 y 80%; (b) mientras todos tenemos en la vida social una especie de aguas territoriales o distancia con los demás, las madres y sus crías no tienen un espacio interpersonal, sino que su regazo es su especio preferido, entre abrazos y caricias; (c) mientras nos saludamos vestidos, con contactos convencionales, las madres y las crías acceden al cuerpo desnudo y a la piel con toda libertad una y otra vez; (d) mientras socialmente usamos palabras que son signos arbitrarios con significados sociales compartidos, la madre y las crías inventan fonemas y palabras que repiten una y otra vez, intercambian y comparten emociones, experiencia empática de conexión emocional, cual vasos comunicantes.
Es en estos encuentros repetidos una y otra vez donde aprenden a mirar y ser mirados, tocar y ser tocados, abrazar y ser abrazados, besar y ser besados, compartir el desnudo y las emociones, saberse dos personas distintas, pero unidas por el vínculo del apego.
Como resultado de esta experiencia continuada durante años las crías acabaran teniendo un apego seguro (convencidos de la incondicionalidad, eficacia de los cuidados, la estima y el afecto de los cuidadores), ansioso-ambivalente (cuando acaban dudando, sin saber muy bien si la personas que más necesitan le fallarán o no) o evitativo-distante (si se sienten rechazados porque no pueden confiar en sus cuidadores).
Nota: el padre, los abuelos y otros cuidadores pueden ser cuidadores eficaces de los niños, compartiendo con la madre los cuidados, en cuyo caso también se apegarán a ellos. FELICES FIESTAS, QUE TODOS PODEMOS CUIDAR Y DESEAMOS SER CUIDADOS.
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