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Actualizado 18/12/2014
Toño Blázquez

Me piden calendarios, los clientes me piden calendarios cuando llegan estas fechas. Siempre es así desde que tengo uso de razón y ayudaba en casa en el negocio familiar. Cuando llegaba noviembre llegaban a la tienda un rosario de representantes de empresas gráficas, de imprentas entonces, para ofrecer la gran variedad de calendarios. Pequeños, grandes, de todo tipo. Me acuerdo que los pequeños de cartera eran de una variedad casi infinita. Había imágenes de todo: con los prefijos telefónicos dentro de un mapa de España, con refranes, con la tabla de multiplicar para los niños, con las fórmulas de la química. Había calendarios con chicas en bikini, medio desnudas, muy sexys. Estos, decía el representante, los llevan sobre todo los bares y los talleres mecánicos (qué curioso fíjate tú). Los había con imágenes de monumentos artísticos nacionales, con fotos de la Giralda de Sevilla, la Plaza de toros de las Ventas o el Acueducto de Segovia. Había series de calendarios taurinos y de equipos de fútbol en correcta formación?pero los que más triunfaban entre la clientela femenina, ya de una edad, eran los calendarios religiosos. Los de los Santos, el Corazón de Jesús se acababa rápido, la Virgen del Pilar tenía muchas fans también y la Inmaculada no te digo nada. La Virgen del Rocío tenía un séquito importante de fieles... En fin eran calendarios muy útiles porque los llevaba el personal, de uno y otro acomodo, en la cartera durante todo el año. Y eso a pesar de los numerillos tan chiquitajos, que aquello parecía una procesión de hormigas haciendo instrucción.

A mi padre lo que le gustaban eran los encierros de toros en el campo. Caballistas, garrochas, toros y mansos corriendo por la manga. Una imagen bellamente demoledora para quien nos habíamos criado en los pechos de la afición taurina. Llegaba diciembre y había que vernos a mi hermano y a mí por las calles cargados de calendarios para repartirlos en las tiendas y clientela con la alegría de dos convencidos papanoeles que derrocharan felicidad en días en que no hay otra cosa que derrochar, según dicen. Y nos sacábamos una generosa propinilla. Un año con esas perrillas nos compramos un árbol de navidad, de esos de plástico tan monos y nos calló en casa una bronca monumental. Quedó claro que mi padre entendía la Navidad de otra manera.

Los calendarios siempre han formado parte de mi vida. Parecen pertenecer a una misteriosa eternidad. Como las canciones del Raphael o el programa Saber y Ganar.

En fin que ahora las señoras, cuando les regalo uno de mesa, me espetan "¿Y no vienen las lunas"?. ¿Para qué querrán ellas las lunas?. ¡Con lo grande que es la tierra!.

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