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Sembrar esperanza
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Sembrar esperanza

Actualizado 06/12/2014
Redacción / Curro Mesa

La esperanza es connatural al ser humano. Los seres humanos necesitamos la esperanza para seguir viviendo. De ella echa mano el enfermo para luchar y curarse; el prisionero para hacer todo lo posible por salir de la esclavitud.

A pesar de todos los adelantos, el mundo parece un inmenso vacío donde la persona se siente sola y desamparada. Las falsas esperanzas nacen por todas partes y, como éstas no pueden llenar el corazón humano, surge un mundo sin esperanza. Las personas no esperan mucho de la sociedad, de los demás, de sí mismas. El mal humor, la tristeza se hacen cada vez más presentes, el cansancio se adueña del alma; desaparece la alegría y las personas no saben dónde encontrar fuerzas para vivir.

La falta de esperanza se manifiesta en una falta de confianza. Una sociedad sin esperanza es una sociedad sin futuro. Si matamos la esperanza de los débiles, de los marginados y los que no cuentan, enterramos la vida. El abrirnos a Dios y a los demás, los más desesperanzados, puede darnos energías para contagiar y sembrar esperanza. Dios nos ha regenerado por medio de la resurrección de Jesús a una esperanza viva.

Para que algo sea objeto de esperanza debe reunir cinco condiciones: que sea un bien, que sea necesario, que sea posible, que sea futuro y que sea difícil de conseguir. En todo momento tenemos que estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (1 P 3, 15).

Alguien dijo que la «esperanza es el sueño de un hombre despierto». «La virtud que más me gusta, dice Dios, es la esperanza? Esa pequeña esperanza que parece una cosita de nada, esta pequeña niña esperanza inmortal». En estos conocidos versos de Charles Péguy nos mostraba a Dios sorprendido por la esperanza. No le resulta sorprendente a Dios la fe y la caridad. En la Biblia vemos cómo Dios espera en los seres humanos y a los que esperan en Él les brotan las fuerzas.

Cada día nace el anhelo de buscar un porvenir más humano y más justo. «Si no se espera, no se dará con lo inesperado», afirmaba Heráclito. Pero esta espera tiene que ser activa; la esperanza de los brazos cruzados no funciona. La esperanza cristiana se compromete a trabajar por un mundo más justo, más libre y más fraterno. Sin embargo, hay momentos en la existencia en que algunos repiten, como Israel: «Nuestra esperanza se ha destruido» (Ez 37, 11). Pero los profetas siguen anunciado paz, salvación, luz, redención. Israel «será saciado de bendiciones» (Jr 31, 14).

A muchos se les marchita la esperanza ante las dificultades de la vida. Sin embargo, hay otras personas que renacen de sus cenizas, esperando con gozo, paciencia y confianza. Hay una gran certeza y una gran dicha en el que espera (Tt 2, 13), apoyado en la seguridad de conseguir lo que anhela. Esperar supone tener paciencia y confianza. Somos amigos de la prisa, de la eficacia, de la impaciencia. Igual que el labrador tiene que aguardar pacientemente a que llegue el tiempo de recoger los frutos, así quien desea cosechar, tendrá que armarse de mucha paciencia para que los problemas puedan resolverse, para que el otro pueda crecer, para que uno mismo pueda cambiar.

Debemos, pues, sembrar esperanza, poner la esperanza al sol, al abrigo de la fe y del amor, lo mismo que se ponen ahora las plantas de exterior para que den fruto en primavera, para que crezcan. Debemos recuperar la esperanza robada por el miedo, por las tristezas, por los fracasos? Levantarse, ponerse en pie y dejar que Dios nos guíe, aunque el camino sea largo y empinado, y seguir soñando con los ojos abiertos.

El Adviento es un tiempo propicio para sembrar esperanza. La esperanza nos tiene que abrir siempre a Dios y a los hermanos.

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