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Las maestras y maestros de la República (I)
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El tema de nuestro tiempo

Las maestras y maestros de la República (I)

Actualizado 06/12/2014
Matilde Garzón

Nada tan importante como la Educación cuyo fin no es otro que enseñar a vivir en Plenitud, es decir, formar personas libres, armoniosas en el conjunto de sus facultades, capaces de modelar su propio pensamiento y gobernar sus vidas.Es parte del pensamiento de Bartolomé Cossío uno de los referentes más sólidos de la Educación contemporánea.

En la confusión reinante, donde no se consigue alcanzar un "pacto social" y se recurre a términos de rentabilidad, es hora de recuperar a Cossío y a tantos maestros y pedagogos del primer tercio del S. XX, para abordar un problema que tanto está afectando a la cultura, a los comportamientos y a los problemas de nuestra sociedad. El acceso a la Educación se estaba logrando, pero truncado en el 36, no acaba de emerger, sometido como está a los vaivenes de los gobiernos de turno. No se ha logrado lo más sagrado, el respeto a la persona, la igualdad de todos en el acceso a una educación digna, de calidad. Nada justifica el adoctrinamiento, la manipulación. La familia, los educadores, convenientemente preparados, deben acompañar el aprendizaje de los alumnos, verdaderos agentes del proceso educativo que atañe a su felicidad.

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Dice Cossío de su tiempo y podíamos seguir afirmándolo, que el problema central de la cultura en España es la "necesidad de leer, es decir, de sentir la necesidad de tener libros y gozar con la lectura". Hay todavía muchos lugares, pueblos, barrios, culturalmente, en "estado de misión". La Reforma Educativa emprendida por la II República fue el intento más importante de toda la historia, de modernizar el país. Como dice Rosa Regás: "Si pensamos cómo era España antes de la República es para echarse a temblar": índice brutal de analfabetos, unas clases sociales absolutamente divididas donde sólo la burguesía y la aristocracia tenían acceso a todo. El magma de la "cristiandad clerical" alimentaba todo.

La República se propuso llenar las escuelas con los mejores maestros. Pero los docentes de la época tenían una formación casi tan exigua como su salario. Había que apresurar la transformación y con Marcelino Domingo, Ministro de Instrucción Pública y Rodolfo Llopis, director general de Primera Enseñanza, se elaboró el "mejor Plan Profesional" para los maestros, que ha existido en nuestra historia" El sueldo miserable de aquellos voluntariosos maestros subió a 3.000 pesetas al tiempo que se organizaban para ellos cursos de reciclaje didáctico. En las Semanas Pedagógicas recibían asesoramiento de los inspectores, para remozar su formación. La carrera de Magisterio, elevada a categoría universitaria, dignificó la figura del maestro. A los aspirantes se les exigió, desde entonces, tener completo el bachillerato antes de matricularse en las Escuelas Normales, donde se enseñaba pedagogía y un último curso práctico pagado. Hubo rigurosos programas de formación para los maestros que les convirtieron en una de las mejores generaciones de docentes que ha tenido España. Viajaban al extranjero, conociendo así la educación de otros países. Efectivamente, desde principios de siglo, ya exisía en España una corriente pedagógica procedente de Europa y con la llegada de la República los mejores pedagogos que habían bebido en estas aguas, introducen en la escuela proyectos pedagógicos muy progresistas e interesantes que toman como modelo formas de enseñanza que se ensayaban con éxito en América y Europa.

Además, aumentó en un 50% el dinero destinado a educación, se construyeron más de 10.000 escuelas y se crearon 7.000 puestos de maestros, mejor pagados. A los profesores que estaban en ejercicio se les exigió dos años de estudios, no tanto para enseñarles lo que a su vez ellos tenían que enseñar sino, sobre todo, para crearles conciencia de su misión, de la extraordinaria misión que tenían como profesores. Se les dio todo tipo de apoyo; de este modo, se encontraron preparados para hacer frente a lo que se les pedía, pero sobre todo estaban convencidos y entusiasmados con su misión, defendían y practicaban los valores democráticos de la justicia, libertad, solidaridad, igualdad, aplicables a toda la comunidad.

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"Se hizo del maestro la persona más culta, eran los intelectuales de los pueblos y, con toda la precariedad en que vivían, ejercieron de una forma digna"- señala Consuelo Domínguez-. El nuevo sistema educativo puso el énfasis en el alumno, le hizo protagonista de las clases y de su formación; salían al campo para estudiar ciencias naturales; los coros que repetían lecciones de memoria se sustituyeron por debates participativos; los niños y las niñas se mezclaron en las mismas aulas, donde se educaban en igualdad, y se favoreció un tránsito sin sobresaltos desde el parvulario a la universidad. "Fue una escuela en la que se educó a los niños atendiendo a su capacidad, su actitud y su vocación, no a su situación económica. La educación pública recibió financiación para ello, y eso era algo que la escuela privada miró con recelo", dice Molero. Todo tenía el aroma pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza, que fue el soporte intelectual en el que se apoyó la República.

La escuela Primaria en España fue por vez primera obligatoria, gratuita, laica y mixta. inspirada en el ideal de la solidaridad humana, donde la actividad era el eje de la metodología. También escuela unificada, tan criticada en las filas conservadoras, que no significaba que el Estado cediera el monopolio educativo, sino una educación sin compartimentos, que permitiera pasar de una forma fluida y continua desde unos niveles a otros.

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Esta empresa tan ardua y prometedora se quebró en sus comienzos, pues después de las elecciones de 1933 y la llegada al poder de la derecha, la CEDA, del salmantino Gil Robles, una parte importante del sistema diseñado se fue desarticulando. Estos dos años de retroceso se conocen como "bienio negro" -ellos mismos lo llamaron el "bienio rectificador"-. Como está sucediendo ahora, se frenó la financiación educativa y las medidas laicas, aunque no se derogaron, fueron escamoteadas. De tal bienio, hay que salvar un plan bueno de bachillerato y una comisión para la reforma técnica de la escuela que no pudieron dar sus frutos pues hubo hasta 16 ministros de educación, lo que dificultaba hacer políticas a medio plazo.

"Sin ninguna duda, la mejor tarjeta de presentación de la República fue su proyecto educativo", asegura Antonio Molero. "Efectivamente, fue la piedra angular de todas las reformas: había que implantar un Estado democrático y se necesitaba un pueblo alfabetizado. Era el Estado educador", ratifica Consuelo Domínguez.

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