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España, España
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España, España

Actualizado 05/12/2014
Juan Robles

Estamos celebrando el aniversario de la Constitución española, incluso con jornadas de puertas abiertas en el Congreso y el Senado. Es un momento oportuno para hacer una reflexión sobre la situación actual, y quizá histórica, de España.

Si nos dejamos llevar por las impresiones de todos los casos de corrupción que están apareciendo y se están sometiendo a las investigaciones y procesos judiciales, o incluso si nos fijamos en los continuos desencuentros o enfrentamientos entre los diversos partidos políticos, podemos sacar la idea de que esto va todo a la ruina y de que somos un país bananero cargado de chorizos que todo lo contaminan.

Pero, si miramos a determinados periodos de la historia de España ?acabamos de ver la serie Isabel en la televisión española con gran éxito y admiración?vemos que ha habido momentos de gran gloria y hasta modélicos para la marcha de la historia universal, destacándose, con todas las reservas necesarias, el trabajo cultural, social y aun religioso llevado a cabo durante siglos en las tierras del continente americano. El síntoma más visible es el hecho de que más de cuatrocientos millones de personas tengan el idioma español como propio y común.

También ha sido admirado el proceso del cambio vivido en España en la transición del franquismo dictatorial a la situación de democracia y normalidad reflejada en nuestra Constitución o Carta Magna, que ha sido admirado y tenido en cuenta para transiciones semejantes en otros países.

La fuerte crisis económica, agravada por la burbuja del área de la construcción, también ha sido resuelta razonablemente, aun cuando aún queden tantos aspectos por cubrir, especialmente en las áreas del trabajo, de la salud y de la enseñanza.

Nos queda por superar la crisis moral de los valores y embarcarnos en la reconstrucción del tejido social y salvar la brecha que separa a los partidos políticos y organizaciones sindicales, y aun empresariales, de la realidad y las necesidades y carencias de la sociedad, y especialmente de los más desfavorecidos.

También es un fuerte reto el de la superación de los desequilibrios provocados por las tensiones nacionalistas, que nadan contra corriente en un mundo que tiende a la congregación de países en unidades superiores, como la europea, y vive marcado por la tendencia unificadora del fenómeno de la globalización, tanto en el campo económico como en el cultural.

Desde la perspectiva sociorreligiosa, nos encontramos circunstancialmente con la festividad tradicional y tan arraigada de la Inmaculada, que en otro tiempo se consideró patrona de España, junto con el apóstol Santiago y hasta la más moderna figura, tan de actualidad en el momento presente, del patronazgo de la gran mujer --doctora, fundadora y mística-- que es Teresa de Jesús, cuando estamos celebrando el quinto centenario de su nacimiento, beneficiándonos de las gracias de un año jubilar y con la esperanza de que el Papa Francisco se una a la efemérides y se haga presente viajando hasta España.

En estos mismos días hemos celebrado la fiesta del gran jesuita misionero San Francisco de Javier, hombre universal y patrono de las misiones católicas en el mundo.

Ambas personalidades, contemporáneas por otro lado en el siglo de oro español, el siglo dieciséis, son dos figuras, hombre y mujer, que pertenecen al mundo de los religiosos, de los hombres consagrados, dedicados a la vida de oración y a la fuerte experiencia religiosa, que les lleva a un compromiso clarividente con la realidad de su tiempo y con las necesidades de los hombres sus contemporáneos. Teresa, con sus fundaciones y su reforma, se enfrenta a la situación grave y peligrosa del amenazante mundo luterano protestante. Javier se dedica sobre todo al mundo pagano de la gran tradición oriental asiática, con gran dedicación y con frutos ejemplares.

A ese mundo pertenece la gloria de los más de trece mil misioneros españoles, principalmente religiosos y religiosas, que llevan signos de esperanza y superación humana y ética, que se ofrecen a todo el mundo y especialmente al mundo más desfavorecido.

Podemos alegrarnos y celebrar con moderada complacencia la jornada de la actual Constitución española, incluso asumiendo el reto de reformarla si fuera necesario. España tiene futuro. Con todas las limitaciones, con todos los riesgos y con las amenazas y lamentaciones que nos retan de cara a nuestro porvenir. Dejemos de mirar hacia atrás y pongamos la mirada en un futuro de dignidad, de respeto, de creatividad, de confianza. España está en manos de los españoles. Tomémonos en serio nuestro futuro y hagamos España juntos.

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