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Actualizado 03/12/2014
Carlos Aganzo

Hace apenas unos días leí que el archivo personal de García Márquez había sido adquirido por la Universidad de Austin en Texas. Una circunstancia que ha generado un revuelo en Colombia que se siente herida, por una parte, en su amor propio a la hora de contar con el legado de su premio Nóbel y, por el lado más ideológico de algunos molestos de que sea una institución gringa quien acoja buena parte del acervo de la biografía intelectual de quien en vida mantuvo una constante militancia antiimperialista. Se dice que es cuestión de los herederos y que solamente les ha motivado el puro y simple afán crematístico. "Ninguna institución colombiana ha hecho puja alguna", han manifestado para que quede claro.

Esto de los archivos, que en tiempos normales son espacios olvidados no solo por la mayoría de la gente sino a veces también tristemente por las autoridades, a menudo se convierten en arma arrojadiza al estar dotados de un componente simbólico enorme. Guardar y conservar en el debido estado el legado de una persona ilustre, de una institución relevante o de un conflicto crucial es una política absolutamente necesaria para mantener viva la memoria de lo que fue, amén de otros contextos de carácter investigador. Pero como bien sabemos en Salamanca por las idas y venidas de los legajos del archivo de la Guerra Civil, estos templos del pasado no son solo lugares de estudio pues se convierten en moneda de cambio en cualquier confrontación en la que alguno de los argumentos en danza pudiera encontrar coartada. Una vez que las pasiones toman otros vericuetos la temperatura baja y el archivo retoma su natural sosiego.

Lo que quizá más me inquieta cuando pienso en las negociaciones para la paz que ya llevan dos años celebrándose en La Habana es si las partes estarán conscientemente avizorando la posibilidad de establecer un archivo que dé cabida plena al horror de las décadas de violencia sufridas. Los primeros pasos en pro del (re)conocimiento de las atrocidades cometidas ya se han dado y es posible que en la agenda, que no es pública, se estén negociando medidas de mayor envergadura. Por ello hoy estamos en disposición de llamar la atención para que el archivo del conflicto colombiano no caiga en los derroteros que faciliten una futura manipulación. Debe convertirse desde su origen en un centro modélico de estudio y para la reconciliación.

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