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Opinando, que es gerundio
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Opinando, que es gerundio

Actualizado 01/12/2014
UCM / Dicyt

El diccionario de la RAE define la opinión pública como "el sentir o estimación en que coinciden la generalidad de las personas acerca de asuntos determinados". Si trasladamos la opinión pública al ámbito de la política, el tema se complica porque ya no se puede hablar de la "generalidad de las personas" sino de la opinión de colectivos con ideas afines. Desde que la opinión pública es fundamental a la hora de seleccionar a quien deba ostentar el gobierno en representación del pueblo, los esfuerzos para convencer a las masas se han dirigido claramente a influir en esa opinión pública.

De todas formas, bueno será reconocer que, si siempre se ha dicho que detrás de cada aficionado al fútbol habita un seleccionador nacional, en España también hay mucho presidente del gobierno "in pectore" que tiene la solución adecuada para acabar con esos problemas que los demás son incapaces de conseguir.

Últimamente da la sensación ?al menos yo la tengo- que al español de a pie le está preocupando la situación política de España más que en otras ocasiones. Basta sacar el tema en cualquier círculo de amistad para comprobar que la gente confiesa haber prestado atención en los medios de comunicación a multitud de debates, tertulias o noticiarios, con mayor atención de la que antes lo hacía. Esto, que en el fondo es buena señal, viene a confirmar la importancia que tiene la opinión pública y, sobre todo, la trascendencia del manejo de esa opinión pública.

Llevando el tema a extremos caricaturescos, me viene a la memoria la conocida anécdota de "La guerra de los mundos", cuando Orson Welles, en un programa radiofónico, recreó una supuesta invasión marciana a la Tierra con tal lujo de detalles que un elevado porcentaje de oyentes llegó a creer como cierta, hasta el extremo de ocasionar verdaderas escenas de pánico. En este caso se dieron diversas clases de "espectadores": los que, de entrada, no lo creyeron; los que no estaban seguros, pero siguieron escuchando y los que se lo creyeron y hasta juraron haber visto marcianos.

Tenemos en casa un ejemplo más reciente, con ocasión de los atentados del 11M, cómo se manipuló la noticia y se emplearon las redes sociales para asignar responsabilidades antes de tener la información correspondiente, con el inmediato efecto en la jornada electoral.

Tanto en los debates que mantienen los políticos como en multitud de programas televisivos que fomentan la gresca permanente entre los "tertulianeros oficiales", se paga a precio de oro a quien sea capaz de encontrar en cualquier archivo, por remoto que sea, una manifestación del oponente de turno en la que aparezca el momento en que pregonaba lo contrario de lo que está diciendo ahora. O se blande con todo lujo de detalles la biografía del político o periodista que, en tiempos pasados, militaba o escribía en esferas ideológicas diametralmente opuestas a las actuales. A unos y a otros sería bueno advertirles que, antes de cada intervención, se declaren partidarios de la libertad para "cambiar de chaqueta".

Pedir seriedad a la hora de calificar a quienes influyen en la creación de esa opinión pública, se me antoja como algo quimérico. Exigir, al menos, imparcialidad y verdad en las manifestaciones es lo mínimo que nos queda a los sufridos lectores o "escuchantes". A quien tiene muy claros sus principios, no se le embauca fácilmente. El problema radica en quienes, ante el político que comete el primer "resbalón", achacable a su catadura moral y no al dictado de su partido, ya están dispuestos a renunciar de sus convicciones. Así pues señores políticos y señores periodistas, eleven el nivel de los debates y piensen que están jugando con algo muy serio que está por encima de sus propias ideas, de su partido o de su medio de comunicación. Si la meta de todo partido político que se precie está en llegar a alcanzar el poder, nunca puede ser a cualquier precio.

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