Sin siquiera asomo de autocrítica, encantados sus participantes de conocerse y al parecer orgullosos de su elevada misión empresarial y abnegada labor social, se celebró hace días una especie de fiesta autohomenaje del empresariado hostelero salmantino que se premió y volvió a festejarse, premiando y festejando también a representantes de otras instituciones ciudadanas, sin duda satisfechos todos ?y agradecidos- de la cuenta de resultados de su industria. Al mismo tiempo, siguen publicándose encuestas y estudios que señalan a Salamanca como una de las ciudades con mayores índices de insalubridad pública en lo que se refiere al consumo indiscriminado de alcohol, como una de las más permisivas, por no decir incumplidoras, respecto de los horarios de cierre de la hostelería, facilidad de consumo para menores, mercadería de ofertas ilegales, publicidad encubierta, rebajas y ventajas para aumentar el consumo entre los jóvenes, tolerancia, vista gorda y escasez de sanciones para con el ruido y las molestias ciudadanas que causan los borrachos, los locales, el vandalismo de fin de semana, las peleas consecuencia del impune aumento del consumo y compraventa de drogas ilegales y otros extremos propios de la borrachería generalizada en que ya se ha convertido una ciudad antaño referente cultural y hoy nada más que punto de cita para cualquier botellón que es principal atractivo no sólo para ridículas despedidas de solteros y solteras, asambleas de bebedores, vocingleros de todo tipo o explícitas citas para el vandalismo premeditado, sino incluso, y bien que esto se calla, para opciones de matrícula académica de miles de estudiantes.
Con un escándalo oficial tan hipócrita como mezquino, la pasada 'celebración' de San Alberto, antes patrón de facultades y hoy 'sanloquesea', una ocasión más para el desmadre callejero-alcohólico que sustancia la fiesta, como todas, con la patética imagen del vómito callejero y las hordas de estúpidos borrachos sin ningún sentido del ridículo como única ocupación y homenaje a ese 'sanloquesea', las autoridades municipales cerraron calles céntricas para que los borrachos pudieran seguir bebiendo sin molestias de tráfico, las facultades, como siempre, adaptaron sus horarios y ritmo lectivo, no sólo del día señalado, sino de los posteriores, a las urgencias del consumo de alcohol, resacas y otras obligaciones pedagógicas por parte de sus jóvenes alumnos, las urgencias de los hospitales volvieron a colapsarse con las intoxicaciones etílicas y los heridos y lesionados en las múltiples broncas, peleas o caídas, mientras en algunos pisos 'de estudiantes', el amontonamiento, barullo y escándalo fueron tan inclementes que tuvieron que ser desalojados, lástima para el 'ambiente', por la fuerza pública que seguramente les indicó aquellas vías públicas donde podían continuar sus 'abluciones'.
Si es que no se cruza delante algún santo universitario o o algún 'día de algo', esperamos ya la Nochevieja Universitaria, ese invento de botellón menos hortera que ridículo, que condicionará de nuevo alcohólicamente los horarios, las calles, las visitas a los 'marcos incomparables' de nuestras viejas piedras hoy ya mingitorios públicos y reflejará, en general, el funcionamiento de la pequeña y cada vez más volátil vergüenza de una ciudad en la que, nobleza obliga, son cada día más comprensibles los abrazos entre diferentes instituciones.
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