Si existe un personaje que se nos ancla desde pequeños como recurso dialéctico para dialogar con el mundo es el de víctima. En un sentido diferente, es decir, en un sentido emocional, la víctima es la culpa. Sentirse culpable por haber causado víctimas o buscar culpables cuando te sientes víctima. Siempre estamos rodeados de esta "energía" que provoca sentimientos y pensamientos en movimiento circular, obsesivo y rumiante en muchas ocasiones, que nos enganchan y de los que a veces es difícil salir.
Somos víctimas de nuestros padres, víctimas de nuestros educadores (sobre todo si fueron curas), víctimas del sistema, del gobierno, del desamor en pareja, de un banco o una caja, de un marido, de una mujer?en fin, víctimas de algo o alguien.
Hay quien ha sufrido violencia verbal, psicológica y/o corporal que son y serán víctimas de sus verdugos y a quienes debemos respeto y apoyo.
Pero la mayor parte de las veces el "victimismo", como se podría denominar, es impropio, es decir, no se corresponde con un daño real y efectivo, sino más bien con el mecanismo potente que la "culpabilidad" tiene como emoción.
La culpa como emoción, respuesta automática y adaptativa, provoca una relación con el otro y el entorno contaminada por la percepción de la realidad que la culpa provoca y que poco tiene que ver con la realidad misma.
Durante años el dolor de ser víctima y el cansancio de buscar culpables llenó mi vida de la necesidad de refugio en situaciones, personas y circunstancias que poco tenían que ver con lo que realmente era, más en ese momento, ciego y sordo, consideraba el mundo como un gran tribunal al que continuamente sentenciar con sentencias de culpabilidad, incluso mis hijas eran sentenciadas por molestar, incordiar o no dejarme trabajar. Qué decir de mi molesta esposa que no entiende lo que hago y mis padres, siempre con la misma cantinela. Todo se traducía a un dualismo agotador: "O estás conmigo o estás contra mí.". En esta batalla no buscaba soluciones pues sencillamente el mundo es así, me decía, y el ver a tanta gente jugando a lo mismo me reforzaba la idea de que lo que estaba haciendo era correcto y que mi camino era el que tenía que ser.
Uno deja de jugar cuando el juguete se rompe y así ocurre con el despertar de la consciencia, que hasta que no se rompa el personaje creado desde el ego no podemos comenzar a mirar para otra parte y encontrar lo que realmente somos. Aunque en ocasiones rápidamente recogemos los trozos, los pegamos y seguimos jugando con un personaje remendado y reconstruido que a los ojos de los que lo observan puede llegar a resultar incluso monstruoso.
Jugar a ser víctima es un juego de adulto que los niños aprenden desde pequeños. Siempre existe un culpable de la situación y el rol de juez y de víctima aparece en sus vidas para quedarse y en él refugiarse y parapetarse cuando sea necesario.
Pero lo que ocurre en la educación y entre las personas ocurre con las organizaciones y los gobiernos, que todos son víctimas y buscan culpables, de pérdidas y ganancias, catástrofes y derrotas. Siempre existe un culpable y siempre existe una víctima.
Salir del juego requiere voluntad, que aparece cuando la buscamos. Requiere valor, que se genera cuando afrontamos el miedo. Requiere intuición, que aparece cuando buscamos más allá de los pensamientos habituales y automatizados ("como somos") y en todos los casos un acompañante, alguien que como maestro, educador, coach, guía o como queramos llamarlo, aparece para acompañarnos en el camino de la apertura hacía fuera del tablero de juego. Lógicamente él sabe el camino, antes lo anduvo, estuvo allí.
Hay una imagen en la película de "Matrix" que resulta muy clarificadora. Cuando le ofrecen al protagonista tomar una pastilla, azul o roja, tiene que elegir. Si elige despertar, abandonar el juego verá la realidad tal y como es.
Los ciegos ven y los sordos oyen. La luz del mundo, la sal de la tierra, el agua viva de la roca. En el Cristianismo tenemos referencias a este "despertar" o "resucitar". Jesús de Nazaret se hizo víctima y no buscó culpables. El perdón marca el camino. El saberse perdonar para poder perdonar a los demás. Entonces no habrá víctimas ni culpas, solo AMOR, que es lo que realmente somos.
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