Una de las grandes riquezas de nuestra provincia está en su variedad de comarcas, con paisajes, gastronomía y arte que diferencian a unas de otras y que SALAMANCA rtv AL DIA recorrerá cada semana (GALERÍA FOTOGRÁFICA)
Si hay algo que distingue a Salamanca de otras provincias es por su gran variedad de comarcas, con paisajes, gastronomía, tradiciones y arte que la hacen única. Una riqueza al alcance de todos los salmantinos y visitantes que SALAMANCA rtv AL DÍA mostrará cada semana. Propuestas turísticas que también pueden conocerse ampliamente en la web de la Diputación de Salamanca http://www.salamancaemocion.es En este paseo, José Luis Yuste escribe sobre el fuego, tan presente en tradiciones de la provincia.
El fuego, principio de todas las cosas junto a la tierra, el agua y el aire, ha permanecido como elemento sustancial en un sinfín de celebraciones que, ganando la batalla al tiempo, se han perpetuado hasta nuestros días. Concitaba ritos precristianos, antecedentes de los actuales; su crepitar ponía son a los relatos que a su amor se desgranaban; era reclamo del sol si se debilitaba y trataba de embelesarle en su apogeo; ayudaba a descifrar futuros y ahuyentaba malos presagios.
Como en otros rincones del país, en Salamanca la noche de San Juan, preñada de magia y alumbrada por el hálito solsticial, genera un cambio rotundo en el ciclo vital. El fuego invita al salto y a la danza y, con ellos, a la renovación -se quema lo viejo- y a la solicitud de protección. Hay hogueras por doquier: en la capital -últimamente con ciertas restricciones en cuanto a ubicación, aunque lo habitual era que cada barrio tratase de superar a los colindantesy en innumerables municipios desde La Ribera a Las Sierras, con la presencia de los sanjuanes en la de Francia, y desde Las Guareñas a El Rebollar.
En esta vasta presencia por toda la geografía provincial, Lagunilla recuerda el zajumerio y cómo, al olor del romero incinerado, se encomendaba al Bautista que ahuyentase la sarna, tiña y otros males de tal jaez. Idéntica denominación se da en Villarino de los Aires a la pira de senserina que se prende por el otro San Juan, el de Sahagún, al que también se celebra quemando tomillo en Ahigal de los Aceiteros. Guijo de Ávila rememora por San Antonio de Padua ritos ancestrales con la velá y en Endrinal, que festeja de San Juan a San Pedro, el que reclama atención, tras romería en el Mesegal durante la primera fecha, es el carro majo o carro de los quintos en vísperas de la segunda, cuando éstos van al monte a por la leña, hoy con un ritual menos rígido que antaño. Antes de que llegar al pueblo, las mozas son agasajadas con coronas de flores trenzadas para la ocasión.Pese a los sofocos estivales, calienta el sol para lumbres en julio y agosto, Matilla de los Caños del Río resiste y la hace en los aledaños de Santiago. No fogatas sino candiles de aceite iluminan el sinuoso ascenso de la Virgen de la Cuesta en Miranda del Castañar desde su ermita, en una procesión en la que cada elemento cuenta: las empedradas callejuelas del amurallado marco serrano, la sensación de recogimiento que transmite el titilar de las lamparillas y las osadas idas y venidas del gracioso de la danza. Estampa imborrable en la víspera del 8 de septiembre, fecha en la que hay ofertorio, se echan las relaciones, se canta y las mozas tecen el cordón. Una semana después San Esteban de la Sierra honra al Cristo y quema el castillo, árbol talado por los mozos y situado ante la iglesia, y con él las penas y los malos agüeros.
Brasas hay en las calbotadas o calbochadas
que caldean Los Santos, principalmente en las zonas productoras de castañas, las sierras, y que llegan junto a los huesitos, los buñuelos de viento y las roscas de difuntos. Y, si tercia, el chupito de aguardiente. De la zona, por supuesto. Si El Tornadizo enciende fogarata en los albores de noviembre, un mes después los mozos de Casafranca van a por leña para prender la lumbre con diciembre infante aún: por Santa Bárbara. No mucho más crecido está cuando los vecinos de La Vídola queman las bolagas, rito ancestral se señala por allí, para mantener alejados a los malos espíritus y, si merodean por los aledaños, espantarlos.
Incineración de piornos encontraremos en otros puntos. Y, también, de aquellos serones que servían en las tareas oleícolas, como en Sobradillo, donde da nombre a la hoguera que chisporrotea a las puertas mismas de la Inmaculada, rozando la medianoche: la capachera que, encendida durante toda la noche, deja brasas para preparar el almuerzo matinal. Antes los capachos se prendían en la torre de la iglesia y los quintos los lanzaban desde el campanario, costumbre que dejó rastro en las piedras del templo.
Los quintos repiten protagonismo en las fogatas que alumbran en Hinojosa de Duero durante la Nochebuena, mientras que en Monforte, darle yesca es tarea de todos los vecinos, "conque pá calentar al Niño", como le refirió una paisana a José Luis Puerto, quien recoge tan gráfica expresión en uno de sus trabajos sobre la zona. En el mismo alude al tizón de Navidad, de Garcibuey, y sus benéficos efectos en las ubreras ovinas.
En el solsticio invernal el fuego -luz y calor- invoca al sol, fuente de energía. Y en la última cita del año, la Nochevieja, prenden hogueras por Villavieja de Yeltes o Trabanca, que quema bolagas, en un ritual purificador; reverdecen en Navasfrías antañones recuerdos de brezos ardiendo, lo mismo que en La Vellés y otros municipios armuñeses reviven las viejas aportaciones de leña en las que se afanaban los mozos de la quinta para hacer una pira más grande que los de la anterior.
San Antón y San Sebastián
Con el estreno de calendario y superadas las lumbres de la Noche de Reyes, un par de fechas llaman a la fogata: San Antón y San Sebastián. En algún lugar, como Ciudad Rodrigo, en ambas; con exhibición de los aguinaldos -productos del cerdo- sobre o junto al arco de la puerta de acceso a las sedes canónicas de las dos cofradías que ampara el Abad, y con reparto de vino y entremozos a la puerta de la catedral en el segundo de los casos.
Se queman capazos en Saucelle y Ahigal de los Aceiteros, y en Aldeadávila de la Ribera recuerdan la bufa y cómo se tiznaba en casa del mayormodo. De luminarias hay constancia en Puerto de Béjar, de antiquísima tradición, con agasajo de perrunillas y aguardiente; Villavieja de Yeltes, donde las llamas se lanzaban en recipientes desde el campanario de la iglesia tras seguir un meticuloso ceremonial; Peñaparda, con los quintos brincando sobre las llamas. En Sobradillo, como en La Fregeneda, la víspera de San Sebastián las hogueras de jumbrios, enebros, ajuman el itinerario que el santo recorre en la procesión; se va aventando el fuego a su paso en un ritual que pretende la protección de la matanza, algunos de cuyos productos se prepararán luego sobre las brasas.
Por Las Candelas, ya en febrero, si la vela que lleva la Virgen se apaga durante la procesión, antes de entrar en el tempo, mal año de castañas, dicen en Candelario; en Miranda del Castañar extienden este augurio a las personas, dependiendo la edad de los afectados de si la vela que cede es la que porta la Virgen, el Niño o ambas.Mientras, Miróbriga vuelve al fuego a las puertas del Monasterio de la Caridad en vísperas de la romería de San Blas, y los quintos a ser señores de la llamarada en Fuentes de Béjar. Muchas águedas acaban su día reduciendo a cenizas a un pelele al que en algunos lugares llaman quinciano, como el gobernador de Sicilia que torturó a la santa. Y, andando el tiempo, ya en la Pascua, el mismo final espera al judas en Sotoserrano.