No sé si son las palabras más adecuadas, pero desde luego sí expresan los sentimientos de este momento y de hace mucho tiempo, sobre lo que pasa en el Barrio de Buenos Aires donde vivo.
Las personas de este barrio y de todos los barrios siempre han de ser lo primero en dignidad y en cuidados, en favorecer relaciones y en poder convivir, en saber ser útiles a la sociedad y en saber entretejer espacios para poner siempre la vida y todas las vidas como lo central e imprescindible en los derechos de cada persona.
Poner cariño en la consecución de estos objetivos es fundamental; y cariño significa cercanía, diálogo y entendimiento; significa educación, cultura y saber estar; significa respeto, compartir sentimientos y diálogo; significa no sentirse poseedor de la verdad, pues ésta se construye entre todos y todas; significa sorpresa, provocación y novedad; significa dejar espacio a lo nuevo, a lo distinto y a los distintos y distintas; en definitiva, el cariño construye y ayuda a construir vidas y a acompañar vidas, a poner pasión en las vidas, a defender lo mejor de la vida.
Con estas actitudes y objetivos caminamos desde hace mucho tiempo personas que creemos y acompañamos con estas herramientas y con este horizonte, a otras muchas que probablemente no han tenido la suerte de descubrir este estilo de ser y de construir vida en ellos, en ellas y su entorno.
Este cariño, ayuda y empuja a permanecer y también a escuchar y a cambiar, a interrogarte tú mismo, a actuar de forma consecuente, a mirar hacia los lados porque no caminamos solos y solas, probablemente también hacia atrás, pero con la terca esperanza de conseguir lo imposible y lo necesario, lo posible y lo urgente, cuanto se nos niega pero existe, vencer cuanto nos hace daño y deteriora nuestras personas haciendo que el sufrimiento no continúe siendo la consecuencia de nuestra falta de algo tan necesario y humano como el cariño con el que hemos de relacionarnos.
Junto al cariño toma fuerza la preocupación. Esta es permanente; no salen las cosas de la mejor manera; el entendimiento no llega; los recursos no son lo eficaces que pretendíamos; el desánimo y el desaliento toman cuerpo en nuestro entorno; el tiempo va pasando; nada parece que cambia; los nudos del desacuerdo se van enquistando; las voluntades que hay que poner prioritariamente no aparecen, ni de unos ni de otros; la vida se va deteriorando sin pausa; los muros en las relaciones se van haciendo más altos y más fuertes; y todo esto se convierte en preocupación que arrastra al campo aparentemente de lo imposible.
Esta apariencia es motivo de búsqueda para encontrar herramientas y aliento para continuar caminando; y algunas se encuentran, pero no son suficientes ni a veces aparecen como las más certeras. ¿Derribar algunas viviendas?, ¿dispersar familias?, ¿que investigue Hacienda?, ¿procurar trabajo?, ¿reforzar lo educativo?, ¿encontrar interlocutores adecuados y cercanos?, ¿enfrentar sin miedo?, ¿deshacer el gueto?, ¿policía y policía?, ¿seguridad y seguridad?, ¿derechos?, ¿deberes?, ¿lucha contra la exclusión y el empobrecimiento? Nada parece ser la panacea ni la llave.
Probablemente, ni tiene que ser ni en algunas de estas herramientas y medidas podemos caer, porque la preocupación es tan necesaria como el cariño y la cercanía; porque la preocupación que ayuda a replantearse el hacer de cada día es, sobre todo y ante todo necesaria; porque si continuamos permaneciendo es que seguimos creyendo en la vida y en la gente; y un barrio solo tiene sentido si refleja vida y acoge gente, personas.
El cariño y la preocupación quisiera que de manera contundente hiciéramos que continuaran siendo dos de los elementos imprescindibles para que con la paciencia en los procesos y la firmeza en los convencimientos que nos llevan a tomar las decisiones más constructivas, nos impulsen a no dar un paso atrás en lo más importante, la vida es el centro de cada barrio, de cada pequeña comunidad y por supuesto de la nuestra y de nuestro barrio; de todos y todas las personas que en él vivimos.
Es un momento de darnos cariño y de compartir más que nunca si cabe preocupaciones; con decisión por encima de todo; señalando y poniendo el dedo donde corresponde, en los máximos responsables; en los que no creen como nosotros creemos que todo puede cambiar. Enfrentar y no dar la espalda, esta es la medida prioritaria y urgente. Una vez más, aunque no sea la última, como si lo fuera. Nos lo merecemos el barrio y todas las personas que en él vivimos.
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