Cada persona es un mundo aunque la mayoría se empeñe en no pasar de arrabal o, como mucho, de barrio. Entre los esquimales los habrá frioleros y entre los brasileños seguro que abundan patosos sin sentido del ritmo, pero eso no quita para que cada pueblo comparta rasgos peculiares debidos a circunstancias geográficas, climáticas e históricas. Fui un trotamundos hasta que hace un cuarto de siglo largo me asenté en Salamanca. Y me duele. Porque es tan hermosa como ingrata. Porque es cómoda, tranquila y un placer para la vista, pero sufre una minoritaria predisposición permanente contra cualquier proyecto de desarrollo. Aquí he vivido momentos felices y también he recibido muchos palos.
Viene esto a cuento porque acabo de leer que un fotógrafo andaluz ha dedicado un libro a los empleados de comercio del barrio antiguo bilbaíno: Dependientes. Homenaje a entrañables personas del Casco Viejo de Bilbao. Transcribo: "El fotógrafo Manuel Cuadro se embarcó en esta historia porque, tras haber vivido en muchos países y haber conocido a todo tipo de gentes, se sintió fascinado por el peculiar estilo de dependiente que había aquí, 'con clase, con carisma, muy de Bilbao'."
Yo no he vivido en muchos países (sólo he viajado fugazmente a catorce por motivos profesionales y de ocio) pero sí en bastantes lugares de España: además de mi Bilbao natal, en Zamora, León, Pamplona, Madrid, Vitoria, Santander, Logroño y Palma de Mallorca. En estas dos últimas ciudades, ya casado y con hijos, residí con mi familia cuatro años que me sirven de referencia para el asunto del que hablo. En sus comercios noté cierta diferencia de trato con los de Bilbao, pero con aspectos también muy positivos. En la Rioja, tal vez un poco toscos, pero simpáticos y expansivos. Los mallorquines, reservados aunque muy educados y corteses.
La sorpresa vino al llegar a Salamanca. Mi mujer y yo nos quedábamos de piedra cuando entrábamos en una tienda de comestibles, una zapatería o un bar y el empleado que en aquel momento ordenaba el género o atendía a otras personas ni se dignaba a saludarnos, ni siquiera a dirigirnos la mirada. Y al interesarnos por un determinado producto no era raro que se dieran la vuelta, lo recogieran y lo pusieran sobre el mostrador sin más. Otro hábito muy extendido era responder lacónicamente "no tenemos", "no hay" o "no nos queda" a las consultas sobre cualquier objeto o servicio que no se mostrara a la vista.
Muchos salmantinos no son conscientes de que este es uno de los lastres que impiden que la economía local levante cabeza. El más grave es la envidia (supongo que Unamuno vivía en Salamanca cuando escribió que la envidia es el pecado capital de los españoles) y el segundo es la falta de empatía en el trato social, particularmente en las relaciones comerciales y de negocios. Algo ha mejorado en estos últimos años; aun así, estamos muy lejos del ideal.
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