Salía sigilosamente de aquella casa, con cautela, recogiendo la ropa que entre los dos habían esparcido por el salón la noche pasada. Se vistió lo más de prisa que pudo. Antes de que pudiese girar la llave, oyó que ella, despeinada, en pijama y llorosa le decía:
-Quítate los zapatos cuando te vayas,
no quiero que me dejes huella.