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Corrupción y responsabilidad
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Corrupción y responsabilidad

Actualizado 16/11/2014
José Román Flecha

Un clamor unánime critica la corrupción en que han caído muchas personas que debían dar ejemplo de honradez y responsabilidad. Ante algunos que se han atrevido a pedir perdón, se han alzado las voces de los que replican que la corrupción no es un pecado, sino un delito.

Estos se parecen demasiado a los que por no aceptar su pecado, se disculpan diciendo que ha sido sólo un error. Pero esa distinción es verdadera solo a medias. Es cierto que el pecado es siempre un error, por ser una traición a la verdad última del ser humano. Y es verdad que el pecado puede ser un delito, cuando está sancionado por las leyes.

Por otra parte, también puede haber errores que no son pecado, cuando no implican conocimiento, voluntariedad o libertad en quien actúa. Y hay delitos que no son pecado, cuando son injustas las leyes que prohíben una acción. Esconder a los judíos pudo ser un delito en el régimen nazi, pero no era un pecado.

Este no es un tema ajeno a la fe cristiana, que comporta el amor y el servicio a los demás. Al referirse a la acción política, el Concilio Vaticano II afirmaba que "la Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio".

A continuación recordaba la responsabilidad de todos los ciudadanos para que "eviten atribuir a la autoridad política todo poder excesivo y no pidan al Estado de manera inoportuna ventajas o favores excesivos, con riesgo de disminuir la responsabilidad de las personas, de las familias y de las agrupaciones sociales".

Ahora bien, el texto conciliar no olvidaba tampoco recordar que "los partidos políticos deben promover todo lo que a su juicio exige el bien común" y afirmaba a renglón seguido que "nunca está permitido anteponer intereses propios al bien común".

El Concilio nos invitaba finalmente a "prestar gran atención a la educación cívica y políti­ca", de modo que quienes vayan a "ejercer este arte tan difícil y tan noble que es la política, se preparen para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal".

Estas frases no pertenecen exclusivamente a los teólogos y moralistas cristianos. El conocido psicólogo norteamericano Karl Menninger ha afirmado rotundamente que el pecado consiste hoy precisamente en la irresponsabilidad colectiva.

El pecado de la corrupción no sólo afecta a los políticos. Son muchos los profesionales y los ciudadanos que han olvidado su responsabilidad social por atender a sus intereses particulares. La ley y la ética han de ayudarnos a todos a revisar nuestros valores.

Habrá que promulgar leyes que impidan y castiguen los abusos que a todos nos escandalizan. Pero también habrá que favorecer y promover la educación en valores morales, para que todos los ciudadanos percibamos la gravedad del mal y no tratemos de eludir nuestra responsabilidad social.

EL TRABAJO Y LA ESPERANZA

Domingo 33 del Tiempo Ordinario. A

16 de noviembre de 2014

"Una mujer hacendosa ¿quién la hallará??Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza" Merece la pena volver a leer este elogio de la mujer trabajadora que se encuentra en el libro de los Proverbios (31, 10-31). Se dice que estas palabras pueden aplicarse a la sabiduría, que es la fuente de la verdadera riqueza y de la felicidad.

Pero este texto incluye también una alabanza al valor del trabajo humano, aquí reflejado en la dedicación de una mujer al esplendor de su casa y al bienestar de su familia, el trabajo es visto con frecuencia como una maldición. Pero bien sabemos cuánto dolor y disgusto ocasiona a la persona verse privada de él.

La imagen de la mujer trabajadora es un hermoso canto a las posibilidades humanas de colaborar con la obra divina de la creación. Esta imagen nos invita, además, a reflexionar sobre el trabajo vínculo social y familiar. Laborar es siempre colaborar. Y una gran parte de la felicidad que el trabajo comporta es precisamente la de servir al amor mutuo.

LOS TALENTOS

En el evangelio que se proclama en este domingo se recoge la parábola de los talentos. (Mt 25,14-30). Por su situación, entre la parábola de las doncellas invitadas a la boda y la profecía del juicio final, este texto se nos presenta como una preciosa lección sobre la esperanza cristiana y las actitudes que comporta.

Con demasiada frecuencia se ha acusado a los cristianos de vivir mirando al cielo, de forma que ignoran lo que ocurre en este suelo. Pero esa acusación no puede responder a la verdad. Como recordó el Concilio Vaticano II, la mirada orientada hacia el más allá no nos impide observar las realidades y los desafíos que se nos presentan en el más acá.

La esperanza cristiana no justifica la pereza del criado que ha recibido de su amo un talento y lo esconde en la tierra. Precisamente el que presume de conocer a su señor es el que no hace nada por aumentar el capital que le ha sido confiado. O por reclutar a otros hermanos para la vida del Evangelio, que eso es lo que significa negociar con los talentos recibidos.

EL BANQUETE

"Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor. Como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. Pasa al banquete de tu Señor". Así habla el Señor a los criados que han redoblado los talentos que Él les entregó.

? "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor". Nosotros no somos los dueños del Evangelio. El Señor es el dueño, nosotros somos sus empleados. Estamos al servicio de Aquel que es nuestro Señor. Él espera de nosotros que aceptemos fielmente su encargo.

? "Como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante". La Biblia presenta una y otra vez la fidelidad como uno de los atributos de Dios y de Jesucristo. Es también nuestra vocación. En realidad, toda nuestra fidelidad es bien poca cosa comparada con la suya.

? "Pasa al banquete de tu Señor". El Señor no se deja ganar en generosidad. Nuestra fidelidad en las pequeñas tareas a favor del Evangelio recibirá un premio inefable. El banquete es la imagen adecuada para reflejar la felicidad de la intimidad con el mismo Dios.

- Padre nuestro celestial, tú nos has encomendado los tesoros de tu reino, el anuncio del evangelio y la tarea de promover la fraternidad en esta tierra. Danos fuerza para cumplir tu encargo, puesto que así enciendes nuestra esperanza. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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