"Es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local", dice el Papa Francisco sobre las diócesis en su exhortación apostólica "La alegría del Evangelio". En la provincia de Salamanca, la historia ha querido que la misma y única Iglesia presente tres rostros locales, tres iglesias particulares unidas con fidelidad a la de Roma, que a todas preside "en la caridad". Son las diócesis de Salamanca, Ciudad Rodrigo y Plasencia si usamos el orden de antigüedad. La primera, con una Asamblea Diocesana en ciernes. La segunda la ha terminado hace pocos meses. La tercera, embarcada en una Misión Diocesana Evangelizadora. Iglesias lastradas por las pobrezas del momento y las limitaciones propias de sus miembros, seguro, pero puestas en marcha, decididas a salir y abrir sus puertas, ojalá con acierto y mucho fruto. "Discernimiento, purificación y reforma" son los deberes que les/nos ha puesto el obispo de Roma.
Quizá a algunos pueda extrañar que una provincia pequeña, al menos en población, y ésta tan concentrada en la capital, se reparta entre tres diócesis, dependa de tres obispos y peregrine a tres catedrales. Si se estudia un poco de qué manera se desarrolló la Reconquista de los territorios por los reyes cristianos en el siglo XII, se comprende la creación de las sedes civitatense y placentina? y de paso se toma nota de los recelos en Salamanca, Coria o Ávila. Cosas que ocurrían en la Edad Media por estos lares, el furor por la territorialidad, y que siguen sucediendo en otros, en pleno siglo XXI. Brillaban más algunas cátedras cuando se molestaba a los poderosos con "El pan nuestro de cada día", una bandera mucho más evangélica que enarbolar, más católica, más universal, más local y menos localista.
Rostros de aquí, del vecino de enfrente que va a misa de doce, de la catequista tan simpática de los niños y la señora gruñona que manda silencio cuando entramos en la iglesia, del cura que casi no se baja del coche los domingos porque es párroco de ocho pueblos y de las monjitas de clausura que abren su capilla a todas horas, de los voluntarios de Cáritas que son tan felices porque dando un poco lo reciben todo y de los cofrades tan echados para adelante para organizar una procesión pero que no terminan de consensuar unos estatutos, de los que se reúnen una y otra vez para ver si así se unen de verdad, y de los que todavía caminan solos, alejados, escépticos, pero nunca abandonados por Aquel a quien buscan, a menudo sin saberlo, que no deja de invitarles a su Iglesia, la que este domingo, como cada noviembre, celebra su rostro local.
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