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Tiempos febriles
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Tiempos febriles

Actualizado 10/11/2014
Ferenando Segovia

La vida, circunstancias ajenas a nuestra voluntad, nos trae y nos lleva por caminos sorprendentes y desconocidos. A los que creemos, a la vez, en la Providencia divina y en la racionalidad de las causas, estos cambios aparentemente caóticos son, en realidad, pistas para el camino, invitaciones a profundizar en la verdad. ¿Y qué es la verdad? preguntó el otro, el escéptico. El escepticismo suele ser enfermedad de éxito: conseguido el poder, el dinero, el bienestar, el placer, la fama y el triunfo, nos sentimos ahítos, llenos, el alma se apoltrona y no necesita recurrir al "esfuerzo del concepto", como dijo acertadamente Hegel. Días de mucho, vísperas de nada y después de la panza llena (y la cuenta corriente, legalizada o en paraíso fiscal) viene el enflaquecimiento de la vaca, el recorte del tío Mariano, la depresión o ?lo que es mejor para el espíritu- la protesta airada. La crisis.

Volviendo a la Providencia, la crisis es una ocasión de gracia, de crecimiento, de cercanía a la verdad porque el escepticismo ya no es posible, el abismo de la nada, o simplemente, el hondón del bolsillo vacío dan una oportunidad a la inteligencia y al corazón humanos para pensar más allá de lo dado y actuar por encima de lo acostumbrado. Vivimos tiempos enfermos, febriles, y la fiebre es un síntoma, una señal de alarma, un aviso para no seguir jugando, un acicate para poner remedio.

Así como la fiebre puede ser síntoma del ébola, o de la malaria, o del linfoma, por no poner sino algunos ejemplos entre miles posibles, los resultados de la última encuesta del CIS revelan hartazgo de la corrupción, cansancio ante las palabras hueras de verdad y ante las imágenes elaboradas artificialmente en un laboratorio de marketing político; pero también ponen de manifiesto que la población tiene una reserva ética que le permite rechazar los comportamientos corruptos y un vacío espiritual e intelectual que no nos ayudan a poner nombre a las cosas y aumentan exponencialmente el riesgo de manipulación, siempre tan presente en las sociedades basadas en la opinión.

Intento analizar las décimas de fiebre que padezco: ¿cuál de las opciones políticas registradas en la encuesta es más conforme a mi concepto de libertad? ¿Cuál de ellas garantizará mejor la libertad religiosa, teniendo en cuenta que la Iglesia ?católica, en la que creo- va camino de ser una minoría irrelevante? ¿Qué formación política ?o coalición- apoyará más a la familia, que siempre es una inversión que va mucho más allá de una legislatura? Si el poder corrompe y el poder absoluto?¿Qué partido tiene más ansia de conquistar el poder para no votarlo? Como cristiano, los pobres ?de acá, véase el último informe de Caritas; o de allá, de donde vienen las pateras- tienen que ser un punto de referencia obligado. ¿Con quién les irá mejor a los pobres? ¿Con el PP, con el PSOE o con PODEMOS? No tengo clara la respuesta; o sí: intuyo que con ninguno de los tres. Y digo intuyo porque no soy Arriola, ni patrón de la Fundación Pablo Iglesias ?el de antes-, ni profesor de Politología en la Complutense, ni tengo acciones en ninguno de los grandes bancos ?todos con magníficos equipos de estudios-, que han dado aportaciones ridículas a Caritas ?es un ejemplo, por favor, no se lo tomen a mal- o como el más grande de todos ellos, que ha aportado nada, cero.

Nada, que no se me pasan las décimas. A este paso tendré que recurrir al analgésico del mal menor o a la medicina natural de la abstención, a ver si librándome de contaminantes ideológicos por una temporada la temperatura vuelve a su cauce.

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