Hace pocas fechas, en estas mismas páginas, se advertía del riesgo de estallido social, habida cuenta de la situación de espeluznante desigualdad que vivimos. Era previsible, se decía, que los ciudadanos, hartos de sufrir tanta injusticia, canalizaran su descontento a través de una revuelta o de partidos alternativos.
Parece que el CIS ha querido refrendar ese pronóstico con la publicación de los resultados que sitúan a Podemos como primera fuerza política en intención de voto ?aunque luego, después de cocinar los resultados crudos de la encuesta, vuelve a la tercera posición, bien que estrechando distancias-.
Las reacciones de los partidos del establishment ?con agilidad que no usan en otros asuntos de mayor afectación social- con resultar previsibles, y por ende aburridas, no han dejado de causarme algún alborozo y asisto divertido a las calculadas mascaradas de los hipócritas profesionales para constatar una vez más la archisabida convicción: que solo se importan ellos y sus andorgas.
Los partidos mayoritarios ?hasta ahora- que estaban tan conformes en el gobierno como en la oposición ?porque en los dos sitios hay donde chupar- y que se sentían tan a gusto gestionando el poder como la protesta persuadidos de que esa alternancia ?hoy mandas tú, mañana yo- era un statu quo inalterable, contemplan la irrupción de Podemos en un escenario que creían propio y exclusivo, y comienzan a sentir miedo.
Por primera vez en mucho tiempo perciben como real, probable y cercana la posibilidad de perder el chollo, de quedarse sin prebenda. Según me cuentan fuentes autorizadas, parece que en las ejecutivas convocadas de urgencia para valorar el fenómeno olía, Sancho, y no a ámbar.
Las comparecencias públicas ?destinadas desde el minuto cero a combatir descaradamente al intruso que amenaza desalojarles de la poltrona- resultarían hilarantes, si no fueran un insulto a la inteligencia de todos los españoles. Tienen ahora la ocurrencia de contarnos que Podemos viene a ser la versión actualizada de aquella Alianza Judeo-Masónica Internacional de otro tiempo, pues se trata de un comunismo solapado, de un chavismo a la europea y están sus líderes conchavados con no sé qué poderes oscuros y descalificados por lo mismo que descalificaban los anteriores a los que ahora están en la pomada.
Señor. ¡Qué país!
Cada vez que un mandamás de los dos partidos mayoritarios ?hasta ahora- niega que vaya a ser necesaria una alianza entre ellos o entre uno y Podemos me pongo a temblar.
Cada vez que los correveidiles de los jefazos comparecen para llamar demagogos a Podemos y decir por qué no es posible esta o aquella propuesta de las que hacen ?ladran, luego cabalgamos- leo miedo entre las líneas de sus comunicados.
Y me divierto, y me causa alborozo ese pavor que muestra a perder el poder ?o la oposición- quien tan luengamente lo ha venido detentando. Es la breve y dulce revancha del ciudadano robado y apaleado cuando ve corrido al Sheriff de Nottingham. A mi no me importa que algunas propuestas de Podemos sean punto menos que imposibles en la situación actual, ni que incurran sus mensajes en detestable demagogia ?si alguien hay libre de culpa que apedree el primero-. A mí me basta observar el miedo de los otros, paladear el susto que Podemos y el CIS les han dado.
Pero inmediatamente me espanto. Vuelve a apoderarse de mí la congoja ?brevemente dormida- cuando empiezo a darme cuenta de que, a lo peor, Podemos logra el efecto contrario del que pretende. Si los partidos hasta ahora mayoritarios consideran que Podemos puede desalojarles de esa alternancia -nada democrática- que han conseguido imponernos, darán en considerar que aliarse ambos dos es el modo de impedirlo.
No es un disparate: ya se sabe que el político carece de escrúpulos y ejemplos cercanos hay.
He dejado de reírme, en serio: ahora soy yo quien tiene miedo. De éstos cabe temer cualquier cosa.
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