El hombre de la mirada externa acababa de llegar a Salamanca. Paseó por los alrededores del río, antes de decidirse a subir por cuestas y meterse por calles y plazuelas. Tenía miedo de lo que se encontraría entre tanto suelo empedrado, tantos bellos edificios, tantos motores rugientes y tantos pájaros revoleteando por las alturas.
Subió por Tentenecio y se encontró frente a frente con ese inmenso templo, que en la cercanía los ojos nunca pueden abarcar del todo: la catedral, las dos catedrales. Por los alrededores vio y oyó algunos grupos de personas. Hablaban agitados, como enfadados o irascibles, sobre algún asunto que parecía irritarles intensamente. Situándose a la distancia prudencial escuchó algunas palabras y frases: "corrupción", "robos", "indignación", "ayer pidió perdón?" "el presidente leyó?disculpas en el senado?", "cárcel" "devolver dinero robado?".
Siguió por la Rúa y, entre los cientos de tiendas de regalos, suvenires, bares y restaurantes había más corrillos de gente de similares características: irascibles casi todos, pronunciando las mismas palabras y frases de los grupos anteriores. La población de esta ciudad está muy enfadada- concluyó el hombre de la mirada externa. ¿Estará toda la población de España así?- se preguntó a sí mismo.
El sabía, por su experiencia en medicina y otras artes afines, que cuando hay un malestar tan intenso, bien en un individuo, bien en una multitud, el malestar no desaparece si no se hace algo, que se lleva a cabo en dos fases. Primero el sujeto o la multitud debe arrojar ( normalmente por la boca) todas las emociones dañinas que le habitan: gritar, llorar, amenazar, retar?hasta que los venenos se expulsen. Esa limpieza o catarsis, que el sujeto o sociedad enferma o desdichada necesita, desde los tiempos de Aristóteles se la conoce como necesaria y prioritaria. "Quizás esta población está en esa primera fase terapéutica"- pensó el forastero. "Pero tendrán que pasar a la segunda fase, a hacer algo, a moverse, a cambiar algo de aquello que les molesta?pues ya se sabe que con esa catarsis o limpieza la enfermedad no desaparece; la infelicidad no termina".
Seguí mi solitario paseo hacia la Plaza Mayor y pensé que seguramente esa ascensión del Mariquelo a la catedral tenía el significado de que un líder ágil y de amplia visión tendría la función de, (una vez vista la ciudad y el terreno en toda su extensión), dar las órdenes oportunas para salir del descontento y confusión en el que estaba atascada la población.
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