Yo quiero ser Amal, o no

A mí que me festejen, me hagan el favor, está una ya muy cansada para seguir haciendo de madre, profesora, chica de los recados y redactora de columnas. A mí que se me aparezca un tipo como Clooney diciendo lo guapa que soy y el tipo que tengo y encima, que me alcance una taza de café con caída de ojos incluida. Del bodorrio de tres días puedo prescindir, ya que mis hermanos, sobrinos y demás familia se cansan enseguida de verme de protagonista y no aguanto los tacones, pero eso sí, la repercusión mediática la quiero toda para mí, porque que me perdonen mis muy dilectos lectores, pero una aspira a influir en la opinión pública mundial cuanto menos. Ya ven, como voy de sobrada estoy dispuesta a tener cuerda para Rato, acabar con los fraudes y mandar a todos los corruptos a pasar por caja y no por cárcel ?que luego lo cuentan en cualquier plató y vuelven a forrarse- a cesar al consejero este del ébola y a buscarle una salida de incendios a la señora Mato lo más indigna posible. Y ya puestos, a enviar una copia del discurso del rey a todo hijo de vecino para que glosemos a Unamuno y nos dediquemos a hacer patria y a hacer progreso en vez de andar organizando consultas o de estar leyendo estupideces tales como que una actriz ha decidido comprarse un par de trajes anti-ébola, que total, son lo que se lleva esta temporada con manual de instrucciones para quitárselo sin peligro y llevarlo con tacones de aguja.

A mí esto de ir a la última me da mucha flojera y para que me ponga una falda tengo que estar muy motivada, porque para mí el vaquero es como el mono del mecánico, lo llevo lleno de tiza y hasta me sueltan un chorro de líquido corrector que me quita hasta las ganas de hacer chistes soeces y disolutos. No, ni Felipe Varela podría conmigo, con lo cual, mis deseos de convertirme en la señora de Clooney y ser un dechado de elegancia y compromiso político se van a quedar precisamente en eso, en deseos. Y es que uno desearía que el mundo funcionase a la manera de Mafalda y no tuviéramos que oír que en el Congo, como en tantos sitios, las mujeres y niñas son violadas y los niños, reclutados a la fuerza. Uno quisiera que esos pocos que roban y se creen impunes supieran el valor de las tantas horas de trabajo mal pagadas o que dejáramos de inventar vacunas cuando las enfermedades dejan de cebarse en otros lugares y aparecen en nuestro occidente medio loco, ese que arma un pifostio homérico ante un perro y no se inmuta cuando ahorcan a una mujer que se ha defendido de una violación. Nada, que me temo que todo va a seguir igual y esta Mafaldita irredenta que llevamos dentro tiene motivos para seguir quejándose aunque de nada sirva. Eso sí, deseando que las cosas fueran distintas, y por qué no, deseando que a una la mimen un poco y nos olvidemos de tantas responsabilidades. Y que conste que no me hace falta un guardarropa como el de Amal ni un fiestón a todo trapo, lo mío es tan felizmente modesto que solo necesito una rascadita detrás de las orejas para empezar a ronronear como un gato. Y es que ante tanto dolor no queda sino un resquicio feliz de esperanza, la de este sol prestado y la confianza en lo más inmediato, dilecto lector. Y bien sabe cada uno de ustedes que se lo deseo fervorosamente.