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Los malos ejemplos
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Los malos ejemplos

Actualizado 28/10/2014
Daniel Prieto

No sé en qué estaba yo pensando, pero quizá para incrementar mi autoestima lo hacía en lo de siempre: en aquella carrera que gané a los veinte millones de espermatozoides que me acompañaban en la primera maratón de mi vida.

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?¿De qué escribes? ?me pregunta el chaval.

?No lo sé. Yo solo pienso delante del papel.

?¿Y cómo piensas? ¿A ver??

?No lo digas nadie. Es un secreto. Se piensa en voz baja, y si te lo digo se pierde el encanto.

?Entonces te dejo. Me voy a la "Play".

?No, no? Ven. Toma los tebeos con los que yo jugaba cuando tenía tu edad.

Y después de esta bocanada de aire fresco, ¿cómo voy a hablar de la repugnancia, o mejor del asco, que me causa ese zoo de carroñeros, objetores de Hacienda, cacos de las indemnizaciones de parados e impedidos y ladrones de pobres viejecitos que ahorraron para ir pasando la vida y en un alarde de astucia demoniaca se lo mangaron todo con las preferentes?

Yo, que no soy un afectado, pero me afecta esta basura, para no perder el equilibrio estoy en lista de espera con Wyoming, que como todo el mundo sabe es médico y debe haberse operado él mismo porque ha quedado muy bien. No sé si ustedes lo arreglan de alguna manera menos agresiva: quizá con algún vomitivo que les vaya descargando las bilis de este tipo de polución.

A mí me da por pensar que Darwin llevaba razón. Sobreviven los más fuertes, los más poderosos, los más randas. Esos que serían capaces de robar un billete de quinientos a un enfermo de ébola sin miedo al contagio ni a sentimiento ético alguno.

Así, con estos ejemplos, no es de extrañar que cada vez sea menor el número de niños que quieran ser médicos, abogados, jardineros o bomberos y prefieran probarse un traje de trincón. Un ejemplo de estos imitadores de la sustracción de lo ajeno lo tenemos estos días en Nicolás, ese "osado" (no sé a qué logo me recuerda la palabra) suplantador de personalidades, al que no hay que confundir con el santo de nieve que por Navidad visita los Países Bajos.

Este otro Nicolás es un presunto pijo embadurnado de laca y con aires también de supuesto chivatillo que se ha fijado como reto parecerse a los poderosos, y muchos de éstos han visto en él a un hijo suyo. ¡Ya les vale...! Pero como tocaba pelo político lo adoptaron sin escrúpulos. Sí, esa cosa de otros tiempos que ya no cotiza.

Y para saber de qué se trata, pongamos un ejemplo de escrupulosidad, aunque sea en el ámbito de la cultura, comparación obscena, por supuesto. Recuerdo a un escritor, del que ahora no me viene su nombre, que encontrándose de actualidad por la presentación de su libro, un político de renombre, aunque no ilustre, comentó que aquel libro "era de los mejores que había leído". Al ser consciente de la fama de iletrado de aquel político, el escritor se cabreó, y su respuesta fue digna de un Santiago Segura: ¡¡¡Este me quiere hundir...!!!

Dejemos aquí a Nicolasín y hablemos de lo único, o sea, del destape de las "black". Eso que tiene avergonzada, no solo a la sociedad española, sino hasta al mismísimo Fondo Monetario Internacional (FMI). Sus poseedores, la mayoría, era gente que nos daban lecciones de Economía a diario. Sobre todo de austeridad, de ingentes bondades de los recortes y de una palabra que hoy es como un credo en el lenguaje político-económico: competitividad.

Parémonos aquí. ¿Cómo vamos a creer ahora en la competitividad dicha por estos señores? La competitividad no es otra cosa que la legitimidad del abuso. Ya sabes, amigo, no vayas a buscar trabajo, sino "a regalarlo". No digas eso de quien quiera esclavos que los pague, sino "aquí tienen un tipo para lo que gusten mandar".

Para ellos la palabra maldita es el proteccionismo. Ésa, ni mentarla. Pelearán entre ellos para que todo quede en agua de borrajas, arrasarán con todo, privatizarán todo, recortarán todo, nos seguirán cobrando por todo y nos engañarán como siempre: diciendo que si comen marisco a costa del erario público es para darnos trabajo a los mariscadores.

Esta competitividad que tanto preconizan estos presuntos "saqueadores" se juega en un circuito en el que entran a competir mercedes, ferraris, seiscientos, bicicletas y hasta a pie? ¡a ver quién da más vueltas a la globalización del jarama!

Al final sólo nos salvará la ciencia: alcanzar una velocidad mayor que la de la luz para que el tiempo no exista y los más rápidos vayan a colocarse al principio de los tiempos o "se estrellen".

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