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El síndrome Nicolasín
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El síndrome Nicolasín

Actualizado 28/10/2014
José Javier Muñoz

Eso de que antes se coge al mentiroso que al cojo es una de tantas falacias que embaldosan el suelo de nuestra vida cotidiana. Lo demuestra el no haber pillado al pequeño Nicolás hasta la enésima de sus trolas. El juego mixto de megalomanía, fabulación y enchufe en que se mueve como auténtico maestro lo practican a diario incontables individuos. El pequeño Nicolás se comportaba al revés que el niño que desenmascaró al Rey Desnudo del cuento de Andersen. En lugar de poner en evidencia a un monarca, se dedicaba a elogiar las hermosas vestimentas de una pléyade de reyezuelos en pelotas.

En los medios de comunicación se viene repitiendo una letanía de exclamaciones sobre cómo es posible que el Pequeño Nicolás haya tomado el pelo a tantas personas, entre ellas personajes destacados, ricos, famosos y poderosos. Si no anduvieran por el mundo con las gafas tintadas del color de sus prejuicios, muchos de los que se hacen esa pregunta reconocerían que suelen asistir sin rechistar a engaños bastante más sustanciosos. Hubo, por ejemplo, un falso licenciado en Derecho e imaginario ingeniero que llegó a máximo responsable de la Guardia Civil y mientras ejercía ese cargo cometía diversos delitos. Hubo un jefe de gobierno que prometió pleno empleo y dejó como saldo de su mandato un par de millones de parados extra. Y que convenció a encopetadas damas y distinguidos caballeros que podría conseguirse la paz en el mundo con una Alianza de Civilizaciones incompatibles. ¿Cómo no considerar engaño masivo lo que hizo durante décadas el honorable presidente autonómico que mientras predicaba ética y recibía homenajes se llenaba los bolsillos de dinero público? ¿Y el cobro de comisiones por parte de partidos políticos y autoridades municipales y autonómicas a cambio de contratos y adjudicaciones de obras? ¿Y el alegre despilfarro de las tarjetas black is black de los bravos consejeros y mandamases de las cajas de ahorros? ¿Y el mundillo de la cultura, en determinados premios literarios de relumbrón, por ejemplo? Dicho ayer mismo, en un foro de internet por un cibernauta que firma Davidoff: "¡Cuánto fantoche. Cuánto premio mal dado, cuánto jugar con las aspiraciones de quienes escriben con el alma, cuánto robo masivo de dinero público, y lo peor: cuánto robo masivo de ilusión y esperanza...! No dejan ni una chispa así. Y nadie habla de eso en los periódicos".

Todas estas prácticas se han realizado durante muchos años a la vista de fuerzas de seguridad, jueces, víctimas y tertulianos cantamañanas sin que la inmensa mayoría de ellos haya dicho esta boca es mía.

Lo más llamativo de Nicolasín es la precocidad; es un Mozart o un Magnus Carlsen del embaucamiento, un síndrome que, por supuesto, no es exclusivo de la política ni de la picaresca española. El personaje que representa Leonardo Di Caprio en la película Atrápame si puedes es real. Se llama Frank Abagnale y durante años, desde que cumplió diecinueve, vivió a cuerpo de rey haciéndose pasar por piloto de aviación, médico y abogado sin tener ninguna de esas titulaciones. El agente del FBI que consiguió detenerlo por falsificar cheques convenció a su gobierno para que le fichase como colaborador en la lucha contra el fraude. Hoy Abagnale se gana opíparamente la vida dentro de la ley. Un tal Carlos Henrique Raposo llegó a ser fichado por cuatro equipos de primer nivel de Brasil, México y Francia... sin ser futbolista. De hecho, en dos de ellos no llegó a jugar ningún partido fingiendo haberse lesionado en los entrenamientos. Por increíble que parezca, gracias a su labia y sus contactos con jugadores famosos y periodistas influyentes, Raposo logró una aureola de calidad que le servía para ir firmando nuevos contratos.

El Pequeño Nicolás es un caso interesante, ya lo creo, pero no es el más grave. Espero que haya servido para abrir los ojos, o para quitarse las gafas opacas, a algún componente de la masa política y mediática multicolor que no se avergüenza de adorar a tantos ídolos de barro.

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