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Semblanza del pasado
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Semblanza del pasado

Actualizado 25/10/2014
José Luis Cobreros

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La tarde amenazaba lluvia y, así ocurrió, una fuerte tormenta descargó sobre la zona, cubriendo de agua caminos y cunetas. Lo pude comprobar cuando acudí al lugar, movido por mi curiosidad de comprobar en que estado se encontraría el enorme caserón donde viví buena parte de mi vida.

Pude ver los accesos tan deteriorados como antes, quizá por el aguacero que terminaba de caer. Sin darme cuenta; como rumiando los recuerdos, me acercaba lentamente hacia la casa. Volvieron, entonces, las madrugadas del verano; a veces tórridas, agobiantes; en más ocasiones, frescas y agradables.

Los sonidos del campo no se pueden describir con palabras. Hay que estar allí y percibir sus rumores. El viendo azotando las hojas de los árboles, el olor a hierba fresca y a tierra mojada, el lenguaje lejano de las aves y, ¡cómo no! el canto de los grillos que, a pesar de su monotonía, nunca resulta molesto.

Poco a poco, me acerqué a la vivienda. Cuando alcé la vista, lo primero que vi, fue un grupo de álamos blancos; los mismo que planté con el abuelo, hace muchos años. Habían crecido demasiado, pero la falta de cuidados, mostraba en sus troncos una vejez prematura; sus profundas huellas denotaban un abandono absoluto.

El resto de las plantas habían crecido sin mesura. Es como si se disputaran el espacio, en una guerra cruenta por sobrevivir. Los tomillos se habían convertido en arbustos de enormes dimensiones, los pinos casi tocaban las nubes, las parras, descolgadas de la valla, competían con otras especies para ganar el suelo humedecido por la lluvia.

La puerta de entrada a la parcela estaba abierta y su cerradura estropeada. La reacción del metal con el oxígeno del aire la había cubierto de óxido; se encontraba en un estado lamentable. También las ventanas, con las persianas subidas, mostraban sobre sucios cristales, un cartel con el texto SE VENDE y un número de teléfono, a penas legible desde el camino.

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En ningún momento quedé sorprendido por el estado cosas que advertí. Tenía noticias de que una entidad bancaria se había hecho cargo de la propiedad al ser embargada a su propietario por impago de la hipoteca.

Los buenos momentos allí vividos, en compañía de la familia; aquellos largos paseos por agrestes caminos de tierra y las carreras del perro sobre el césped recién cortado. Todo quedó atrás. No pude evitar que, junto al escenario donde viví años inolvidables, volvieran a mi memoria las personas que compartieron el tiempo conmigo.

Confieso que no fue agradable volver atrás para revivir esta semblanza de recuerdos. Sin embargo, las personas estamos por encima de las situaciones y de las cosas. En todo momento hemos de dominarlas si no queremos caer en la melancolía que aboca a la depresión.

Tendría que terminar con este viaje por los recuerdos. Pero, como ocurre en casi todos los escenarios de la vida, junto a la tristeza, hay momentos agradables, y cosas más amables que, antes de mostrar aspereza, sugieren un saludo, con su forma o color. Así fue: una parra, desplazada de la valla, llamó mi atención y me ofreció, generosa, sus racimos. No fue difícil cogerlos, pues, se encontraban al borde del camino; yo diría que en tierra de nadie. Probé el fruto y quede sorprendido al comprobar cómo la falta de poda y la ausencia de una mano experta, no habían mermado su sabor. Abusando de su generosidad, llene una pequeña bolsa que llevaba en el coche.

Momentos después, prodigué la última mirada sobre aquel escenario y deshice el camino que me separaba del coche.

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