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Jugando a los médicos
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Jugando a los médicos

Actualizado 21/10/2014
Radio Guijuelo

Esto de escribir columnas tiene efectos colaterales que no dejan de ser curiosos, afirmo. Mi madre amenaza con quitarme hasta la legítima y mis hermanos, que ya superaron el hecho de ser definidos como los locos de la desbrozadora, no me leen ni aunque saque a sus queridos retoños. Soy una incomprendida y me vuelvo hacia mis dilectos amigos, quienes, en ocasiones, me sugieren temas convencidos de que no tengo suficiente con el ébola, las tar-jetas, la omnipresencia de Sáenz de Santamaría o mi fijación morbosa por Cifuentes. Vamos, que temen que la actualidad me deje fría. Y yo, que soy una mujer muy agradecida, me presto voluntaria a cualquier sugerencia ?que cada uno piense lo que quiera, claro- y es más, llegará un momento en el que haga un muestreo previo para dejar de recurrir al Hola, of course.

Ya ven, en vez de regalarme flores me mandan ideas y yo tan feliz, lo que no me provoca tanta alegría es leer eso de que Facebook y Apple ofrecen a su empleadas un préstamo para congelarse los óvulos y que el reloj biológico no nos dé la coña hasta que no hayamos ofrecido lo mejor de nosotras mismas a la empresa. Idea que habría que sugerir a ese personaje infecto del Ayuntamiento de Madrid que se niega a contratar mujeres por aquello de que nos embarazamos, miedo que parece tener otra conferenciante de fuste capaz de decirlo y quedarse tan ancha. A mí lo primero que se me ocurre con respecto a estas empresas tan estupendas, es que yo me conformaba con que me dieran en el trabajo un boli y una carpeta ?ahora no te dan ni los buenos días- y con respecto a estos dos impresentables, confío en que si no dimiten honorablemente, les destituyan con todo el aparato. Qué vamos a hacer, el tema de las entrañas femeninas siempre es susceptible de convertirse en carne de controversia. Si nos preñamos, porque afectamos al rendimiento de la empresa, si no lo hacemos, porque nos cargamos la demografía. Solo faltaba que nos pusieran una ley de plazos también para esto y que tuviéramos que firmar un papelito a la hora del subscribir un contrato para jurar en arameo que no vamos a embarazarnos ni de penalty. Ya ven, se trata de una esclavitud que no tiene nombre y que nos sitúa a la altura de meras fábricas de parir cuando le apetezca a la empresa. Solo faltaba.

A alguno que yo me sé le congelaba yo las glándulas inguinales, pero claro, a mí nadie me pregunta. Eso sí, como tengo la mala costumbre de escribir columnas, me desahogo haciéndole eco a mi admirada escritora Charo Ruano, la única a la que he oído pronunciarse públicamente contra esta aberración. Y es que la actualidad está tan preñada de temas controvertidos que esta medida casi propia de Goebbels pasa desapercibida, menos mal que existe esta escritora fantástica y menos mal que tengo un amigo que no se conforma con leer los titulares. Evidentemente al Gran Hermano no le interesa que pensemos mucho en este asunto, será porque nos quiere convenientemente calladitas e infértiles hasta que les dé la gana. Pues lo dicho, que se congelen ellos y algunas ellas lo que más les duele. Manda ovarios, lo que tiene uno que oír.

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